Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

el burlador - por Abbey

Andrés sabía que si conseguía llegar al control policial estaría a salvo.
Durante los últimos 15 años se había dedicado a la honorable labor de adueñarse de cualquier pertenencia al alcance de sus diestras manos y lejos de las de sus confiados amos. No le había ido nada mal…, hasta que descubrió que gastar el dinero tan fácilmente como lo conseguía era otra de sus pasiones, y como casi todos los grandes descubrimientos de su vida, éste llegó de la mano de una morena de labios rojos y piernas largas como el invierno. En esta ocasión, la perdición se enfundó en una minifalda blanca de piel y un top negro que subrayaba una boca llena de promesas; promesas demasiado caras que llevaron a Andrés a una espiral de apuestas que acabaron en una interminable deuda como única compañera. No era la primera vez que le pasaba, pero ahora había prisa por cobrar y habían enviado tras él a dos armarios roperos, de los que eclipsaban la luz del sol a su paso. Ahora iba en serio.
Sin opciones, Andrés decidió que era el momento oportuno para desaparecer, y cuanto más rápido y más lejos mejor. Compró un billete para Berlín.
El aeropuerto en vísperas de Navidad aparecía atiborrado de viajeros.
Sabía que le habían seguido y que cada vez estaban más cerca. Suspiró aliviado cuando atravesó el arco detector de metales. No había sido tan difícil.
Llegó a su puerta de embarque y se sentó a esperar. A través de la cristalera podía ver el lento baile de los copos de nieve en el exterior. A medida que iba llegando el resto de viajeros se iba relajando. Con cada nuevo viajero se difuminaba la realidad que dejaba atrás.
En la pista, el suelo aparecía desdibujado, cubierto por una manta de nieve cada vez de mayor altura. Cuando el mensaje de vuelo retrasado cambió por el de cancelado todo el mundo pareció despertar. Ni las quejas acaloradas ni las súplicas más lastimeras cambiaron el hecho de que el aeropuerto cancelaba su actividad hasta, por lo menos, la mañana siguiente.
L a mayoría de sus compañeros de viaje abandonaban a regañadientes el aeropuerto para pasar la noche fuera. Andrés desechó la idea de pasar la noche en la sala de espera. Pocos eran los que se quedaban y eso facilitaría las cosas a sus amigos roperos. Un hotel tampoco parecía una buena opción porque allí podrían acorralarlo sin prisa como a un ratón que vuelve a su madriguera. ¿Qué podía hacer?
Algo llamó su atención. Dos religiosas conversaban con uno de los muchachos más jóvenes, cuya cara de consternación era evidente.
– No te preocupes. Nuestra orden se encarga de una residencia para estudiantes como tú. Ahora mismo, la mayoría ha vuelto a sus casas para las fiestas pero todavía quedan unos cuantos por allí- explicaba una de ellas.
– No sé. No querría abusar-dudaba el muchacho a la vez que se desvanecía el gesto de preocupación de su cara.
– Hay sitio de sobra y no estarás solo- añadió la segunda.
Andrés decidió tomar la oportunidad que se le presentaba.
– Perdón hermanas. ¿Me podría unir a su grupo? Estoy de paso en la ciudad y no conozco a nadie. Me vendría bien un sitio decente para pasar la noche.
Como bien había previsto, las religiosas pusieron en práctica sus creencias y le ofrecieron de buena gana su hospitalidad. Andrés sonrió reconfortado. Una residencia religiosa sería el último lugar donde sus perseguidores lo buscarían. ¡Lo voy a conseguir de nuevo, voy a escapar!
Cogió la bolsas de las monjas y junto con sus propietarias y el joven estudiante se dirigieron hacia la salida. El vello de la nuca se le erizó cuando vio a los matones paseándose por el hall.
-Yo pagaré el taxi, señoras- se ofreció Andrés apremiando el paso.
Consiguieron salir al exterior camuflados entre la corriente de viajeros y cuando, por fin, Andrés consiguió que un taxi respondiera a sus señales, la religiosa más joven le dijo:- un momento, alguien te está esperando-. El jovencito se echó a reír malicioso. Andrés miró a cada uno de ellos sin entender.
-Esta cofia me está matando- siguió la monja
-Si. ¡Joder , cómo pica! -masculló la segunda desprendiéndose de la pieza de la cabeza.
-Gracias hermanas. Siempre se puede confiar en la mano de Dios- pronunció con ironía una voz a sus espaldas mientras unas manos como zarpas inmovilizaban a Andrés.
Entonces comprendió: el burlador había sido burlado