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EL JUEGO - por LunaClara

Web: http://mhelengm.blogspot.com.es

Andrés me propuso un juego. Consistía en salir rápidamente de la ciudad. Dos matones le seguían.
– Andrés, no insistas. Mañana es Nochebuena. Mi tía Milagros se va al pueblo y me voy con ella- le dije, por teléfono.
-¿A qué hora coges el avión?
– A las tres. ¿Por qué? ¿Qué quieres? ¿Venirte? ¡Mi tía te matará si te ve!
– Tengo que irme de aquí, Teresa. ¡Esos hombres no me dejan en paz!
– Pero, ¿dónde te vas a esconder?
– Contigo.
– ¿Conmigo? ¡Estás loco!

Colgué.

Era aspirante a monja. Me alejé de un carterista con deudas de juego y me metí en otros líos. Ayudaba a mi tía. Quería vivir su misma experiencia espiritual. Sor Milagros, apóstol number one de su congregación, tenía un corazón de oro y una poca de mala leche. “Estoy casada con Dios porque es el único que me aguanta, Teresa”, me dijo una vez. Sesenta años en el convento. No paraba quieta. “Hay que ir al paso de Dios, Teresita, la vida es corta”. E igual la veías repartiendo comida en Cáritas, que rezando en el oratorio o dando catequesis, cual showoman, a un grupo considerable de mocosos, sedientos de su sabiduría y felicidad contagiosas.

Al día siguiente, estábamos las dos en el aeropuerto. Llevaba vestido blanco, cordón en la cintura y una pequeña cruz en el pecho. Ella, de azul, con tocado en la cabeza. Arrastrábamos dos maletas con chucherías para la familia. Un auténtico frenesí atravesaba la enorme sala que recorríamos con especial urgencia. Teníamos que facturar las maletas. Nos pusimos en una de las interminables colas.

Se nos acercó un mendigo, con un gorro de papá noel y una barba mal pegada.
– Una limosna, bella dama- me susurró, haciendo sonar una pequeña bolsa de plástico.
– Esto…- miré la bolsa y luego me fijé en el hombre. Era Andrés.- ¡¿Qué haces aquí?!- le dije en voz baja, temiendo que nos escuchara mi tía, que hablaba con otra persona.
– Anoche encontré un billete de última hora… ¡Vuelvo a casa por Navidad!- exclamó, sonriente.
– ¿Así vestido?
– No quiero que se enteren- musitó, señalándome con la cabeza a los tipos que le vigilaban.
– Es que no puedes estar toda la vida huyendo, Andrés…
Mi tía nos miraba de vez en cuando. Le dí la espalda.
– No les interesa pillarme ahora, cariño. He de reunir su dinero…
Me miraba fijamente con sus penetrantes ojos azules. Hacía seis meses que no lo veía. Estaba igual que siempre: alegre, bromista… Lo dejé porque la vida que me prometía era una vida repleta de juego, robos y huídas.

Por megafonía anunciaron que, debido al mal tiempo, se cancelaban varios vuelos, entre ellos el nuestro. Hubo un fuerte clamor de desagrado general. No todo eran felices reencuentros.
– Teresa, hija, ¿qué es lo que han dicho?
Andrés se alejó un poco.
– Tía, han cancelado el vuelo.
– Pero eso no puede ser, vaya por Dios…- se sentó encima de la maleta.- Bueno, el Niño nacerá de todos modos…
– ¿Usted qué hace?- gritó enfadada.
Andrés, aprovechando el revuelo de la gente, cogió un sobre que colgaba del bolsillo del chico que había estado hablando con ella. Mi tía se abalanzó sobre él. Agarrándole del jersey le dió dos guantazos.
– ¡Qué haces, desgraciado! ¡Qué….!- se le cayó la barba y ella, sorprendida, me fulminó con la mirada. Lo soltó.
– ¿Qué haces aquí, eh? ¿Robando como siempre, no? ¿Todavía andas detrás de mi sobrina?-le preguntó, devolviéndole al joven su dinero.
– Señora, por favor, deje que me vaya con ustedes…-. Andrés temblaba bajo su gorrito.
– ¡En qué lío te habrás metido ahora!- le gritó ella. -Venga, Teresa, coge las cosas y vámonos.
Le obedecí como un robot.
– Y este chico de Guatemala se viene con nosotras. ¿No conoces a nadie aquí, verdad?…Tranquilo, hijo, no te preocupes –le dijo, dándole una palmadita en el hombro al chaval, que tenía la cara algo desencajada por el doble disgusto.
– No voy a permitir que pases la noche aquí. Hoy es Nochebuena y nadie debe estar solo…
Reparó en Andrés. No sé qué pasaría por su cabeza, pero le dijo que se viniera. La verdad es que suspiré.

A los cinco minutos, un taxi nos llevaba a una “peculiar cena de Navidad en un convento”. ¡Qué contenta estaba mi tía! Yo, intentando desembarazarme del abrazo de Andrés, observé angustiada que un coche nos seguía con dos gorilas en su interior.