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Noche de paz - por Tania A.Alcusón

Web: http://www.catalogodehumanos.blogspot.com

Se lamentó maldiciendo su suerte y dio un golpe sobre el mostrador con los billetes. Matías se había quedado atrás de un grupo de pasajeros enfadados que ya se habían marchado al hotel a descansar. Aunque ya llevaba demasiado tiempo en aquel aeropuerto debía intentarlo una vez más.
—Señorita, esto no puede estar ocurriendo horas antes de Nochebuena. Me niego a creerlo. ¿Pero se da usted cuenta de lo que nos está diciendo a escasos tres cuartos de hora de la salida de nuestro vuelo?—exclamaba el anciano mientras tapaba su cara con manos temblorosas—Yo no quiero enfadarme con usted, pero ¡por Dios bendito! ¡El siguiente vuelo no sale hasta dentro de tres días! Quién sabe si ya no saldré de aquí con los pies por delante…
—Lo siento, Matías. Lo siento de veras, pero ahora mismo es la única solución que podemos ofrecerles. Como le dije antes, ninguna otra compañía vuela hoy a San Juan antes de las cinco de la tarde, y según nos informa el mecánico del avión, aún pueden tardar varias horas más en solucionar el problema—. La señorita trataba de mirarle a los ojos, pero el hombre sólo miraba, desconcertado, a través de las grandes cristaleras a los otros aviones que sí salían a sus destinos—. Le doy mi palabra de que en cuanto haya estimación de la salida de su vuelo, se les avisará al hotel para que salgan cuanto antes rumbo a casa. Pero ahora, de verdad, vaya usted a descansar y quédese tranquilo en el hotel, Matías. No podemos hacer más por ahora.
—No lo entiende señorita… No estoy cansado. Llevo cuatro años ahorrando cada euro que sobra de mi pensión—comenzó a sollozar— para poder ir a visitar a mi familia en Puerto Rico. Cuatro años para poder ver llegar a Papá Noel con los regalos para mis bisnietos y ver sus caras iluminadas. Cuatro años soñando con los abrazos de mis hijos, de mis nietos, de los hermanos que aún me esperan vivos. Y cuatro años con la esperanza de aguantar un día más para poder salir de Madrid en un vuelo, con dirección al lugar que aún conserva la cama donde nací, para poder tumbarme de nuevo y morir en paz a mis 75 años…
Diana tragaba saliva sabiendo que ninguna palabra que dijese le iba a poder dar el consuelo que él necesitaba. Trataba de ser aséptica con la situación -no te involucres- pero no quería tomar tanta distancia como para resultar tan fría como las luces blanquecinas que les iluminaban en aquel lugar. Y sobretodo no quería causarle falsas expectativas mintiéndole.
—Matías, yo estaré aquí hasta las dos de la mañana. Le prometo que si el avión está arreglado antes de que acabe mi turno, yo misma le llamaré para darle la buena noticia—. Cogió su mano entre las suyas y le susurró algo más mientras él la miraba con los ojos empañados—Deseo de veras poder darle la noticia personalmente. Ya verá cómo va a ser un viaje lleno de ilusiones.

El hombre le besó el dorso de la mano, la miró y, cabizbajo, se dio la vuelta para seguir al grupo que ya esperaba en el autobús.
A las diez de la noche todavía no se había producido esa llamada, pero Diana se había quedado con la soledad de la expresión de Matías acompañándola en el turno. Con su ticket para el restaurante del aeropuerto en la mano aprovechó para hacer una llamada mientras esperaba su turno.
—Mamá, soy yo…
—…
—Sí, ya voy a cenar yo también, pero mis compañeros van a cenar un poco más tarde porque hay algo de jaleo todavía por aquí…
—…
—Bueno, pero esto es así. Mañana sí podré estar con vosotros… ¡Guardádme algún langostino! —sonreía con tristeza, y los ojos se le humedecieron mientras escuchaba— …Sí, yo también… Bueno, te dejo que ya me toca pedir la cena, mamá. ¡Dales besitos a todos de mi parte y pasad una cena tranquilita! Ciao, ciao…

A las dos acabó su turno. Sin noticias para Matías, le hubiera gustado llamarle al hotel para haberse disculpado al menos. Pero sabía que así sólo conseguiría remover la angustia del pobre hombre. Recordarle que, finalmente, había pasado la Nochebuena sólo en el hotel… Al final, se estaba llevando el recuerdo de aquella tristeza a casa. Cuando llegó, abrió una botella de champán y sirvió dos copas.
—Feliz Navidad, Matías.
Puso la tele y se quedó dormida con los recopilatorios navideños televisivos cantándole villancicos.