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Misión impresión - por Vir

Sor Teresa se dejaba hipnotizar por el discurrir de la cinta transportadora de maletas. Observaba cabizbaja el desfile de equipajes, presa de una mezcla entre cansancio, morriña navideña y ansia de contarle a su familia todos los detalles de su primera experiencia como misionera en Perú. Había viajado con Sor Milagros, una de las monjas más veteranas y disciplinadas del convento, que accedió a que la acompañase en su periplo sudamericano para predicar la palabra de Dios entre los huérfanos del poblado de Acapampa. En este viaje terminó de aflorar su verdadera vocación.
Una vez atrapadas sus pertenencias, se dispusieron a localizar su próxima puerta de embarque recorriendo los laberínticos pasillos de la terminal. El aeropuerto estaba atiborrado de gente yendo y viniendo, las puertas giratorias bailaban como una peonza sin descanso, los mostradores de información recibían constantes visitas de clientes insatisfechos, las pantallas trataban de poner un poco de orden en ese caótico escenario de viajeros sin concierto y las tiendas libres de impuestos, vestidas de felices fiestas, atropellaban sus escaparates de ideas para regalo. Bajo ese ambiente de aglomeración humana y murmullos molestos, sonaban tímidos villancicos que intentaban apaciguar los ánimos. Sor Teresa se apartó a un lado para organizar su documentación, mientras una distraída Sor Milagros se perdía entre los titulares que inundaban un quiosco de prensa rosa.
-No encuentro mi billete de avión Sor Milagros! Juraría que lo metí en el bolsillo trasero de mi maleta, pero está vacío!! Qué desastre hermana… el dinero del sobre para gastos tampoco está…- enumeraba al borde del llanto.
-¿Ha buscado bien hermana? Mire de nuevo, no se ponga nerviosa…
Andrés las observaba satisfecho desde una esquina, oculto tras un cartel publicitario de rent a car. Habían sido un objetivo fácil, pues no prestaban demasiada atención a su equipaje mientras pululaban entre la muchedumbre. Además, él tenía mucha destreza a la hora de saquear en lugares tan transitados como este. Necesitaba conseguir dinero en efectivo para poder adquirir un billete de avión. Todavía no había elegido su destino, pero tendría que ser un lugar bien alejado donde nadie pudiese encontrarle y donde empezar una nueva vida apartado de su ciudad natal. Siempre supo que su afición por el juego, tarde o temprano le pasaría factura, pero nunca se imaginó que sería tan elevada. Atrás dejaba una mujer entregada y un bebé recién nacido que llevaba su nombre.
Las discípulas de Cristo, conscientes del delito, se adentraron entre la maraña de clientes de Easyair, que se disponían en una doble fila de trazado irregular y preguntaron en el mostrador si podían imprimir de nuevo su billete de embarque. Las informaron de que eso suponía un coste de 70 euros, lo que las hizo invocar una plegaria en el nombre de Dios al unísono. Sor Teresa, víctima de un incipiente cuadro de ansiedad, intentaba pensar en soluciones más asequibles para su bolsillo. Una idea repentina asaltó su mente, podía imprimir su billete de nuevo desde la web de la aerolínea. Necesitaba un ordenador así que, recorrieron las instalaciones aeroportuarias hasta dar con un par de equipos informáticos a disposición de los usuarios, pero ambos estaban ocupados. Se dirigió azorada a uno de los chicos que consultaba interesado su correo en busca de novedades y le pidió que por favor le dejase hacer una gestión. Él joven, aburrido por el excesivo retraso de su vuelo, no opuso resistencia ante el respeto que le provocó el hábito. En ocasiones, cierta indumentaria, vale más que mil explicaciones- pensó para sí.
Tras varios intentos, Sor Teresa logró imprimir de nuevo su billete de avión. De pronto, la megafonía les propinó un puntapié inesperado en su recién estrenada alegría. Debido a condiciones meteorológicas adversas su avión no podría despegar.
-Hermana- repitió Sor Milagros para captar la atención de su pupila- Lo ha oído? Ave María purísima! Vamos a tener que regresar al convento y pasar la noche allí hasta mañana…
La congregación se alegraría de verlas, pues ya no contaban con ellas hasta pasadas las navidades. El muchacho, apartó la vista de su móvil al sentir que alguien le hablaba:
-Joven, muchas gracias por dejarme usar el ordenador, que Dios le guarde… y Felíz Navidad
-A..a..amén!! – contestó nervioso, nunca supo como dirigirse a una monja- No ha sido nada Madre…
-Teresa! Pero llámeme hermana, ante Nuestro Señor, todos somos hermanos!
-Yo me llamo Diego, mucho gusto- añadió ávido de compañía, mientras les tendía su mano de universitario novato.