Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Fire Ghost's - por Naniis

Web: http://dianaleiiva.blogspot.com

El autor/a de este texto es menor de edad

-¡Le he dicho que puede presentarse en mi teatro una sola vez!- replicó el dueño del teatro, Leonard, al director de la obra que haría su debut en el establecimiento la semana siguiente, según tenían previsto.- Y no insista, que bastante le he apoyado para que pueda presentarse aquí y no en los teatros pirata que abundan en esta ciudad de porquería.

El director, John, suspiró con cansancio y se dejó caer sobre la silla de la que se había levantado minutos antes en una acalorada discusión con el señor que tenía enfrente.

-Está bien, está bien- se rindió insatisfecho- Pero recuerde que le estoy ofreciendo una generosa cantidad de dinero y…

Se calló al percibir la mirada asesina que le dirigía Leonard. Se levantó de la silla y caminó hacia la puerta, sin esperar que el dueño del teatro lo invitara a la salida.

Con una creciente ira renaciéndole por el pecho salió definitivamente del establecimiento y se detuvo una última vez para ver la entrada del teatro. Era hermoso. Su estilo coloquial y al mismo tiempo moderno fue lo que lo motivó a conseguir una presentación allí. El teatro parecía ser caro, lujoso y exclusivo.

Por eso le desconcertó cuando la condición para presentarse fue hacerla una sola vez; ni una más, y al parecer el dinero no era un problema, pues la tarifa le había salido sorpresivamente barata.

Caminó al otro lado de la calle para llegar hasta su auto y marcharse hacia el salón de ensayos casi al otro lado de la ciudad. Conseguiría otro teatro y ya, asunto resuelto.

Dentro de su oficina, el señor Leonard se limpiaba la frente con un pañuelo para quitarse el sudor.

Le tenía lástima a John, y sentía lástima de sí mismo, por ser tan débil. No le gustaba decir que no a las caras alegres que intentaban convencerlo para aumentar el número de presentaciones; pero no podía hacer otra cosa, porque eso implicaría poner en peligro a gente inocente y era lo que menos quería.

Era todo su culpa.

Si no hubiera desobedecido, si no hubiera dejado las luces encendidas, tal vez las cosas hubieran resultado menos trágicas. De cualquier manera nadie sabía lo que había pasado, y se encargaría de que nadie nunca lo supiera.

Esa misma noche los recuerdos lo atormentaron y no lo dejaron dormir. Había fuego por todas partes y la gente se quemaba. Gritaban muy fuerte en sus oídos. No lo soportaba. Cuando abrió los ojos se percató de que los objetos en su habitación se movían de un lado a otro y los libros de las estanterías se caían al alfombrado suelo.

Gimió asustado y se encogió en su cama hasta que las cosas dejaron de caerle encima. No terminaba por acostumbrarse a aquellos encuentros sobrenaturales a pesar de vivir con ellos desde hacía varios años. Acababan por consumirle la energía.

El día del estreno la gente llegaba al teatro por montones y se sentaban para ver la obra. Las luces del techo alto se apagaron y el telón se alzó lentamente sobre la primera escena; alumbrando solamente a los personajes que actuaban encima del plató.

Estaba tan oscuro que los espectadores no podían ver a la gente sentada a un lado, ni sus propias manos sobre las piernas; solo a los actores, que acaparaban toda la atención.

Los actores en el escenario solo veía oscuridad y no alcanzaba a ver el fondo del teatro; parecía un agujero negro.

Pero Leonard había aprendido a ver más allá de la cegadora luz que golpeaba en la cara a los personajes.

Ahí; sentados en los pocos asientos vacíos del teatro, habían personas de una blancura muerta y transparente; algunos con la carne quemada, otros sin miembros, o con los ojos desorbitados; luciendo en apariencia un interés hacia la actuación, pero realmente con la mirada perdida en algún punto frente a ellos. Se colaban entre las personas, quienes no le daban importancia al repentino frío y hacían comentarios acerca de la calefacción.

Al terminar la obra, las luces se encendieron de nuevo y los falsos espectadores permanecieron ahí durante una milésima de segundo antes de desaparecer con un humo denso, diluyéndose en el aire tan rápido como habían aparecido.

Leonard, con miedo, empezó a sudar frío; sintió decenas de frías manos invisibles oprimiéndole el pecho con fuerza. pensó.