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"la caja de la inspiración" - por Carmen Alagarda

LA CAJA DE LA INSPIRACIÓN

“La inspiración nos conecta con la energía creadora del universo. Nos revela el sentido de nuestra vida”. “Inspiración”, de W. Dyer.
Sumido en sus pensamientos bajaba la escalera que conducía desde su despacho hasta el escenario del viejo teatro Imperio, con un montón de papeles bajo el brazo como casi siempre se le veía, con el aspecto algo envejecido y desgreñado, no contaba con más de cincuenta años si es que se podía medir el tiempo de alguna manera de su existencia , la experiencia, la sensibilidad y la armonía de sus formas no eran normales, siendo las mortales las que menos le influían o le importaban; los demás de los vivientes necesitaríamos diez vidas para comparar aquella fuente inagotable de sabiduría; todo lo convertía en arte, extraía la esencia de cada personaje, cada palabra, cada gesto ; no cabía la mediocridad. La vida le iba en ello, oyó más de un llanto, a escondidas y sin compasión falseada exigía la perfección; sólo le valía ésta, no conocía del fracaso sin lucha, no quería conocer pormenores que fueran impedimentos para alcanzar su fin, el arte en su máxima expresión. Crear un mundo de sensaciones y sentimientos, de quimeras capaces de cambiar todo y crear el olvido de lo demás, dejar volar libre la mente, los sentidos, deslizarse sin control por las fuentes de la belleza. No disponía de una vida hecha de retazos de recuerdos, su vida era la transmisión del sentir, su impulso su tiempo…
Margarita, era su ayudante, mujer que no le inspiraba más que el deseo de trabajar y, sentirse arropado con sus críticas o asentimientos, formaban un equipo complejo y completo, lleno de inspiración y a ojos de los demás casi de locura, no contaban las horas de trabajo podía amanecer les, o podía cambiar el mundo, les daba igual…; su compenetración y buen gusto desbancaba cualquier duda sobre el arte que dominaban. Sobria en sus formas y de sonrisa escueta, era bella en su conjunto, más que por lo que se veía, por lo que exhalaba por cada poro de su piel y que de forma sugerente dejaba a su paso. Ella sabía de la caja… la había visto e incluso, la había tocado con sus manos, frugal momento de su historia que jamás olvidaría. Aquella noche en su despacho, Marcial, se encontraba medio tirado en su sillón, con unas copas de buen coñac añejo, aquel que le trajo un admirador, expresamente de la región de Cognac, en uno de sus triunfos magistrales, La Dama de las Camelias. Ella la vio allí, sobre la mesa… tentada por el letargo de su compañero, estuvo a punto de abrirla, la curiosidad, la emoción, la excitación de poder escudriñar en su interior sin ser descubierta la embriagaban, sin embargo escuchó la voz interior que le decía, “NO” “NO, DEBES HACERLO”; al abrirla, el hechizo se disiparía, se perdería la magia, el embrujo del sentimiento, el transmisor de toda fuente de vida. La ilusión. Ella no era la elegida, era consciente de su limitación y dejando su curiosidad apagada, se acercó a la mesa y la dejó donde la había encontrado. La caja de la inspiración, el secreto mejor guardado, legado intangible de sabios y eruditos. Traspasado de mano en mano y sólo al elegido. La caja de la inspiración, cómo así la llamaba Marcial, reafirmaba y consolidaba la sabiduría del arte, el secreto de la sublime sensibilidad, de la perfección inmaculada que cada autor esperaba encontrar al ver su trabajo bien entendido y realizado. Aquel tesoro que guardaba celosamente en su caja fuerte, le llegó a sus manos de forma natural como te llegan las cosas buenas o malas, sin esperarlas; pero que al momento te das cuenta que llegaron a ellas por que es donde debían estar. Y comienza una simbiosis incapaz de ser alterada, comenzando el flujo de la vida, del sentimiento en toda su esencia.
Nadie salía indiferente ante sus puestas en escena, la coordinación, la sensibilidad, el arte… rezumaban hermosura, los sentimientos afloraban de forma natural y acompasada, magnífica espontaneidad, parecía sencillo y natural crear todo aquel mundo de fantasía, darle vida propia y sí, para él, era algo natural como el respirar o el sentir. Para los demás era alcanzar la sublimidad de lo imposible. No podía vivir sin ella, ni ella tenía vida sin él, su contenido no era tangible, pero sí poderoso, como el espíritu de Marcial. Ahora ella reclamaba su derecho, su ser, le pertenecía…