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Abracadabra - por Peter Walley

– Pues yo no estaría tranquila.

Carmen miró a su amiga con fastidio y se quedó en silencio durante unos segundos.

– Verás, no es que quiera crearte mal rollo, ni mucho menos- continuó Ana-. Ya sabes que a mí Jorge nunca me ha acabado de caer del todo bien…

– Sí, eso ya me ha quedado claro.

– …pero en este caso creo que de quien tienes que protegerte es de ella. No para de echarle miraditas, anda revoloteando a su alrededor como una mosca alrededor de la mierda…

– Oye guapa, que estás hablando de mi marido.

– …y está claro que él está disfrutándolo cada segundo. Y de momento ya le ha convencido de que te sustituya esta noche.

– No le ha convencido de nada, eso se lo he dicho yo. Llevo unos días con migrañas y lo que menos necesito es estar dos horas delante del público sonriendo como una boba. Y total, los trucos de magia los hace él, la parte de la asistente es mínima. Sólo tienes que salir con un traje ajustado y contonearte para que la gente se fije en ti en lugar de en Jorge.

– No, si salir con un vestido ajustado seguro que puede, y él, encantado.

– El único truco en el que tiene que hacer algo es cuando la parte en dos; después de meterte en la caja, tienes que desplazarte a la parte de atrás antes de que el mago la atraviese con las espadas. Mientras tanto él gira la caja para que el público no note el movimiento. Vamos, si no es capaz de hacer eso…

– ¿Pero qué importa que lo haga o no? ¡Por mí como si la función es un desastre y el público le tira los cuchillos a Jorge! ¿Es que no te das cuenta de lo que va a pasar? Va a hacer la función con una chica mona que tiene veinte años menos que tú, el público se va a quedar encantado, y la próxima vez no serás tú la que sugerirás que la utilice: él mismo te dirá que por qué no descansas un poco, si total Blanquita ya sabe de memoria todo lo que tiene que hacer; y después te dirá que por qué no te quedas durante la gira en casa, y así controlas un poco a tu hijo; y cuando estén de gira solos, no va a pasar ni una semana sin que ella se abalance sobre él.

– Mira chica, no sé si te das cuenta pero te estás pasando un poco. Jorge será cualquier cosa, pero nunca me ha engañado ni lo va a hacer.

– Pero si yo no digo que él piense en hacerlo, es sólo que…

– No todos los hombres son como lo era Paco, ¿sabes?
Ana miró a Carmen con la boca abierta.

– Bueno, esto me parece increíble. Yo te venía a dar un consejo de amiga.

– Un consejo que no necesito, gracias.

– Me parece que me voy a marchar.

– Pues creo que es lo mejor.

Ana se puso en pie y cogió su chaqueta. Hizo una pausa y miró a Carmen, dudando cómo despedirse. Finalmente hizo un pequeño mohín y se puso el bolso en el hombro.

– En fin, tú verás. Ya nos veremos. Adiós.

– Adiós.

Carmen cerró los ojos mientras oía los tacones de Ana alejarse poco a poco por el pasillo. Sonó un portazo, y el silencio pareció abalanzarse sobre ella. Lentamente abrió los ojos y miró a su alrededor. Se encontraba sola, pues eran las tres y todo el mundo se había ido ya a comer. Tuvo un momento de aprensión y se giró creyendo que alguien estaba mirándola; pero sólo se encontró con veinte filas de butacas vacías.

Se puso en pie y caminó hacia los bastidores del teatro, donde todo estaba listo para la función de la noche. Vio varias barajas de cartas colocadas ordenadamente sobre la mesa de Jorge, una ristra de pañuelos y unas cuantas palomas mecánicas. Le pareció un pequeño museo de la mentira.

En una esquina del cuarto estaba la caja para el número final, con su doble fondo y la trampilla por la que debía deslizarse la ayudante. Carmen se acercó y comprobó por última vez que estaba bloqueada. No habría giras con Blanca, eso era seguro; y probablemente el escándalo del accidente acabaría con la carrera de Jorge. El pensamiento hizo sonreír a Carmen mientras caminaba hacia la salida.