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¿Magia? ¡Magia! - por paloto

Web: http://www.pabloelblanco.com

El espectáculo comenzó cuando el público dejó de aplaudir.

El hombre calvo sentado en primera fila no era una persona de muchos caprichos, pero si había algo que le apasionaba era la magia. No la practicaba. Era demasiado torpe como para realizar complicados juegos de manos, pero sentía fascinación por aquellos que sí eran capaces de hacerlo. Disfrutaba viéndolos. No le importaba pagar la costosa entrada o acudir sin compañía a tales espectáculos.

El mago había sido presentado como “Increíble Dave” o algo así ¿Qué importaba? El hecho era que allí estaba, ante todo el público, sujetando el sombrero de copa negro ante su rostro. De pronto, hizo bailar sus dedos, e introdujo la mano en el sombrero. Poco a poco fue metiendo el antebrazo, el codo y hasta el hombro. Era imposible que su brazo entero hubiese entrado en el sombrero ¡No cabía!. Lo movió como buscando algo dentro y de pronto, extrajo un precioso conejo blanco.

No le impresionó demasiado. Había visto aquel truco más de una vez y sabía que el sombrero tenía una boquilla en la parte trasera. El mago sacaría el brazo por allí, lo metería en su chaqueta y de allí sacaría el conejo. Viejo truco de perspectiva.

El espectáculo comenzó cuando el público dejó de aplaudir.

En un lateral del escenario, un muchacho permanecía agazapado sujetando una de las cuerdas del telón. Era el hijo del dueño del teatro y aunque hacía ya mucho tiempo que el sistema del telón era automático, él seguía acudiendo a sentarse junto a aquella cuerda, donde nadie lo veía, a contemplar los espectáculos.

Era la primera vez que el “Increíble Dave” acudía al teatro de su padre y el muchacho tenía muchas expectativas puestas en el show. El mago empezó metiendo la mano en el sombrero, pero enseguida vio, desde su punto de vista, cómo sacaba la mano por un lateral de la chistera. La decepción le sobrevino ¿Aquella era la magia de la que presumía? De pronto vio como en lugar de meter la mano en un bolsillo de la chaqueta como parecía que iba a hacer, su mano se detuvo en el aire. Acto seguido chasqueó los dedos, y sin saber muy cómo, apareció un conejo tras el sombrero. Lo agarró en el aire, lo introdujo en el sombrero por la ranura y lo mostró ante el público. El muchacho quedó boquiabierto.

El espectáculo comenzó cuando el público dejó de aplaudir.

El manager del “Increíble Dave” lo observaba desde un lateral con los brazos cruzados. Disfrutaba viendo los pequeños trucos y juegos de manos de su representado. Había quien consideraba aquellos espectáculos un timo par los incautos que aseguraban creer en la magia. Incluso él había pensado así un tiempo. Sin embargo, ahora era consciente de la habilidad y la sutileza de aquellos juegos de manos. Además, había aprendido a admirar el ingenio con el que los ilusionistas engañaban a su público. Habría pagado por mostrar esa habilidad en las negociaciones que mantenía con sus clientes.

Como siempre, empezó con el truco del conejo y el sombrero. Al público parecía gustarle que iniciase el número con un clásico. Contempló cómo el mago metía el brazo a través de la ranura del sombrero, lo acercaba a uno de los bolsillos de su traje y con un chasquido de los dedos, soltaba el hilo que mantenía el bolsillo cerrado. De ese bolsillo oculto, cayó el conejo blanco. Lo cogió en el aire y procedió a meterlo por la ranura y mostrarlo al público. El mánager aplaudió, pero al contrario que muchos de los presentes, lo hizo consciente de que aquello era más maña que magia.

Dave suspiró. Cada día resultaba más complicado ganarse la vida como mago. En su adolescencia, hacía ya más de dos mil años, no había tenido que hacer todo aquel ritual. La magia era mucho más sencilla. Podía convertir una rata en una paloma ante la vista de todo el mundo. La gente lo admiraba, le pagaban y se marchaba a otra parte. Luego surgió esa hermandad cuyo único fin era acabar con la magia en el mundo. Primero utilizó a la iglesia para iniciar una persecución de brujas y magos. Los que habían sobrevivido se escondieron durante siglos. Finalmente resurgieron disfrazando su magia de simples juegos de manos y perspectiva. Era agotador. Pero nadie podía descubrir su secreto. Ni el niño escondido entre bastidores, ni su propio manager, ni el miembro calvo de aquella hermandad que lo observaba desde la primera fila.