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Dosis letal - por Cloe Patra

Dosis letal:
La cola para entrar en el Teatro empezaba a moverse y, los espectadores ansiosos, daban pequeños pasos para adentrarse en él conforme ésta iba avanzando.
Ramón, sólo, con su entrada en la mano, esperaba su turno mientras miraba un luminoso cartel de Concha Velasco en el vestíbulo del Teatro que publicitaba la obra. Nunca le había gustado Concha, no le veía el qué…sin embargo, esta obra, en la que hacía un repaso por su vida, hacía las delicias de sus fans, según la crítica.
Claro, que él no estaba allí por ver la obra sino por cumplir con un encargo de trabajo que le habían hecho hacía una semana. Debía ir a por ella y de manera discreta. Eliminarla.
No sabía el motivo ni debía interesarle, puesto que cuanto menos supiera mejor.
Nuria, su objetivo, ya había entrado al teatro, de la mano de su marido. La tenía controlada. Era una mujer bastante atractiva y bien vestida. Alta, morena, ojos negros, algo racial, melena rizada y cuidada. Labios rojos y vestido ceñido. Zapatos caros y de vértigo. Sin duda era una mujer bien posicionada. Y su marido era perfecto para ella. Hacían muy buena pareja, por lo menos a simple vista.
Ramón no era un entusiasta del género humano así que no le costaba desempeñar este tipo de funciones por encargo, por llamarlas de alguna manera. Siempre de manera limpia y discreta.
Aunque la vida de Ramón había sido ejemplar hasta que acabó la universidad, una serie de decepciones y malas compañías le llevaron a dedicarse a ésta vida y no se arrepentía pues le resultaba fácil y no le causaba ningún remordimiento. Gracias a estos ingresos no tenía que trabajar a jornada completa y tenía tiempo para dedicarse a lo que le gustaba de verdad: los caballos.
No sabía nada de Nuria pero recordaba que quien le hizo el encargo era una mujer mayor, morena, con acento francés y fue muy precisa en sus instrucciones. Ella le había pagado la mitad antes de realizar el trabajo y cobraría la otra mitad en unos días.
L a mujer le citó por teléfono y quedaron en el cementerio de Poblenou una mañana. Ella iba vestida de manera bastante elegante y se notaba que el sol que hacía la mortificaba en extremo. Fue un encuentro breve y productivo. Algo le decía que ella era simplemente el enlace pero le produjo extrañeza que fuera una mujer, mayor, fina y delicada quien se encargase de esos asuntos.
En esta ocasión, ya se había preocupado de seguir a Nuria desde su casa al teatro, esperar muy cerca de ella cuando se disponía a recoger las entradas, una media hora antes de empezar la función, y en ese momento chocar, caer a sus pies y aprovecharse de la buena disposición de Nuria tendiéndole las manos para ayudarle a levantarse y así poder efectuar la operación. En un solo segundo, aprovechando el despiste y la confusión ella, le tomó de las manos, Ramón la agarró y pudo inyectarle la dosis preparada que portaba en su reloj. El preparado letal que le pararía el corazón en una hora.
Cuando Nuria le tendió las manos le sonrío y Ramón pudo ver su perfecta dentadura, y sus ojos verdes mirarle con sinceridad y notar el perfume exquisito que llevaba. El se disculpó de inmediato y trató de parecer desconcertado. Todo había salido bien.
El turno de cola de Ramón había llegado, extendió la entrada a una chiquita joven, que le indicó por donde encontrar su asiento con amabilidad. Sólo tenía que sentarse y esperar.