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Títeres - por Across

Títeres.

Hay historias creadas a la medida del escenario, también están las concebidas al gusto del público, las de faraónicas proporciones y las que pasan de puntillas. Pero hay otras, otras que fueron escritas para jamás ser representadas.

Sólo silencio y oscuridad hasta que una luz, sin fuerza y naranja, ilumina el gastado frontal de pintura descolorida y madera picada del pequeño escenario. Los susurros de un público invisible emergen de las tinieblas, parecen impacientes. De pronto, un piano comienza a sonar a lo lejos, marcando el compás de una triste melodía. Los espectadores callan, y el raido telón de terciopelo burdeos se retira lentamente hacia los lados. No se ve nada, la escena es negra como boca de lobo. Pasan unos segundos, que parecen eternos, hasta que la angustiosa musiquilla se detiene de golpe, dando paso a un desconsolado sollozo. Un instante después, un haz de intensa luz blanca se derrama sobre una marioneta. Es de madera tostada, y su ropa pertenece a un pasado lejano. El muñeco está sentado en una silla, y se cubre el gran rostro con dos enormes y toscas manos. Los hilos que le dan vida suben y bajan bruscamente, hacen que su espalda se convulsione sin control: está llorando con amargura.

Vuelve el silencio; el títere se calma. El maestro que mueve sus hilos hace que las manos dejen al descubierto un rostro atormentado de facciones horrendas. Su cabeza gira, mira por encima del hombro hacia algo que está por detrás de él. Retorna la melodía, pero ahora la canta un instrumento de viento con voz estrangulada. La luz se derrama desde arriba, dando forma el ajado baúl hacia el que miraba. La canción cambia, el intérprete no, y reproduce un gemido lastimero que parece nacer del interior mueble. De un fuerte tirón las grandes manos vuelven a cubrirle el rostro, regresan los espasmos a la atormentada figura.

Durante unos pocos minutos sigue llorando con el gemido quejumbroso de fondo. Las luces que caen sobre los protagonistas de la escena se atenúan, y la tonadilla desaparece. Las manos caen sobre las rodillas lánguidamente, los hilos se tensan y tiran del títere hasta ponerlo en pie. Se acerca al baúl con pequeños saltitos bamboleantes, sin apenas tocar el suelo. Se arrodilla y un chasquido se reproduce por la oscuridad; el público se sobresalta. La tapa del mueble comienza a subir al ritmo sombrío que le marca, nuevamente, un piano. El foco cobra intensidad, y la sábana blanca del interior refulge. El muñeco, al verla, hunde la barbilla en su pecho. Mete una de sus manos bajo la sabana, y tira hacia afuera de un brazo grisáceo, también de madera. Lo acaricia con ternura, y luego se lo acerca a su burdo rostro y lo besa. Un llanto desangelado restalla en la oscuridad con fuerza atronadora, ensordeciendo al público invisible; que protesta ligeramente. La luz envejece de nuevo, pierde fuerza. El silencio se vuelve a hacer con el lugar. El titiritero mueve las cuerdas, el muñeco responde, y hace que la mano gris se pierda bajo la sábana. Se pone en pie y la tapa baja, sola, lentamente hasta que se escucha el crujido de las cerraduras. Contempla el baúl abstraído. Se apaga la luz por un momento y, cuando se vuelve a encender, está mirando por encima del hombro hacia el público. Pero su gesto ha cambiado, ahora es duro, gélido, despiadado. La concurrencia se sobrecoge, saben lo que esa mirada quiere decir, y se escucha un incómodo zapateo de pasos apresurados; todos quieren huir. Para ninguno era desconocido el riesgo que corrían cuando se decidieron a espiar y, aun así, lo hicieron. Quisieron ser espectadores del secreto que escondía aquel baúl, y ahora saben que el asesino los ha visto y no los dejará escapar.

El títere se gira por completo, extiende los brazos y mira hacia arriba, hacia el ser que mueve sus hilos y, entonces, revienta una carcajada enloquecida. El público comienza a gritar con desesperación. El muñeco baja la vista y los mira con una sonrisa afilada y sádica. Sus facciones son las del diablo, viles, enloquecidas, desfiguradas. Los matara a todos, su secreto debe de permanecer oculto. Rompe las cuerdas y se lanza a la oscuridad. Gritos agónicos siembran las tinieblas de sufrimiento y desesperación. Acaba con todos los que encuentra y, a los que han conseguido escapar, como tú, los buscará incansablemente hasta que su secreto vuelva a ser un secreto.