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ORO, INCIENSO Y... BALTASAR - por LunaClara

Web: http://mhelengm.blogspot.com.es

Sor Milagros estaba preocupada. Faltaba poco para la representación teatral. No tenían Reyes Magos. Indisposición estomacal de última hora.
– ¡Dios bendito! Un Portal de Belén sin Reyes Magos, ¿dónde se ha visto eso? ¡Mándame una señal!
Llamaron a la puerta. Le dio un vahído.
– ¿Quién es?
Abrió.
– ¡Andrés!
– Buenas tardes, tía querida. ¿Cómo está? –le dijo él. Se quitó la gorra y se ocultó tras ella.
– ¿Qué haces, criatura?
– Escondiéndome, señora.
Sor Milagros se asomó a la calle. Dos hombres archiconocidos se acercaban rápidamente. Los matones del aeropuerto. Lo que le faltaba.
– ¡Métete ahí! –le señaló una puerta.
Andrés obedeció. No quería que le quitaran sus preciadas joyas.
– ¿Qué quieren?
– Al tipo de la gorra. ¡Déjenos entrar! –le dijo uno, amenazándola con el puño.
– ¡Esto es un convento, ¿saben?! –gritó, enfadada. -¿Creen que pueden venir a la casa de Dios a levantarnos la voz? ¡Voy a llamar a la policía!
Los dos se miraron.
– El jefe nos matará si volvemos sin nada –dijo el bajito a su compañero.
– ¡Déjenos entrar! –repitió el más alto.
Sor Milagros, iluminada, preguntó:
– ¿Les gustaría hacer de Reyes Magos?
Hubo un parón.
– Pero ¿qué dice, señora?
– ¿Está loca o qué?
– Nooo… Es que tenemos un teatro dentro de -miró su reloj- nada, ¡y me faltan los reyes! ¡Dios! ¿Qué hago? ¡Si Él les ha traído aquí será por algo, ¿no?! ¡Esos niños les necesitan!
Los gorilas convinieron que podía no ser una mala idea.
Andrés escuchaba desde su escondite. Necesitaba ver a Teresa para endosarle el botín. Salió.
– ¡Yo seré su rey Baltasar! ¿Dónde hay que vestirse?
Los dos tipos se abalanzaron sobre él, pero la monja interponiéndose ágilmente se los llevó.
– ¡Vámonos, rápido!… Un poco de desfogue no les vendrá mal… ¡Después podrán seguir persiguiéndose!

Misterios de la Navidad.

Teresa estaba vestida de Estrella de Oriente. Casi se desmaya cuando vio a su tía con los tres.
– Pero…
– Calla, sobrina, nadie se enterará. Estos son Melchor, Gaspar y… Baltasar ¡tu peor pesadilla!
– ¡Hola cariño! ¿No te alegras de verme?-. Andrés intentó besarla.
– ¡Andrés! –Sor Milagros lo agarró de un brazo. -Embadúrnate la cara con pintura negra… Vosotros dos, poneros esas barbas… Solo nos falta el oro, el incienso y la mirra…
– ¡No se preocupe, tía! –le dijo Andrés, medio pintado. Sonrió a Teresa. Sus perseguidores lo miraron con cara de pocos amigos. Tía y sobrina gruñeron. Las coronas servirían.

Se hizo el silencio en el interior del salón parroquial.
-Vamos a dar comienzo a la representación de la Navidad. Por favor, guarden silencio.

Teresa les dio un papelito a cada uno.
– Leed esto, ¿vale?
– Chisss… ¡vamos a empezar! –exclamó Sor Milagros.

El escenario estaba rodeado de sillas, abarrotadas de padres. Una alfombra en el centro esperaba a sus visitantes. Se corrió el telón. En el Portal de Belén, María acunaba al Niño Jesús. José, con un candil en la mano, los vigilaba. Los ángeles, junto a ellos, cantaban una canción.

Teresa encabezaba el desfile. Como estrella de oriente, guiaba a todos hacia su destino. Le seguían numerosos pastores. Llevaban conejos, gallinas, panes y chorizos. Subiendo por una escalera, se iban colocando alrededor del Portal.
Los Reyes caminaban cabizbajos. Los malos pensaban qué diantres estarían haciendo allí. Andrés pensaba en cómo iba a entregarle a Teresa su tesoro. Sor Milagros pensaba que todo iba genial. Teresa rezaba.
Se arrodillaron ante el Niño Jesús.
– ¡Melchor! –le sopló Sor Milagros.
Melchor leyó.
–Niño Jesús te ofrezco mi corona de rey…-. Se la quitó y la puso a los pies del Niño.
Gaspar arrancó.
-Yo le regalo al Niño este incienso…-. También dejó su corona, a falta de incienso.
Baltasar estaba indeciso.
-Yo le regalo al Niño esto…-. Sacó una bolsa negra de su bolsillo. La abrió. Nadie pestañeó. Melchor y Gaspar se levantaron… aunque los niños y los animales les impedían cualquier movimiento razonable. Andrés cogió de la mano a Teresa y se la llevó. Los críos chillaron. Los padres gritaron. Los animales saltaron. Sor Milagros se quedó paralizada. Esto lo permitía Dios por algún motivo que ella desconocía, seguro. Se sentó en una silla. Empezó a reírse. Al fondo, en la puerta, veía a Teresa discutiendo acaloradamente con Andrés. Éste le dio la bolsa, separándose antes de que los alcanzaran.
– ¡En qué lío nos meterá ahora! –exclamó la monja, mientras le pasaban por delante un par de gallinas voladoras.