Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

La Teoría del Miedo - por Peckel Nayer

-No sé quién es usted ni que pretende pero solo necesito hacer una llamada y en unos minutos todas las fuerzas de seguridad de la ciudad rodearán este edificio-.Sentenció con un tono firme y desafiante.

-Señora alcaldesa, por favor, no insulte a mi inteligencia. Son pocas las veces en que alguien como usted puede enfundarse un disfraz de ciudadano y disfrutar de una apacible tarde de teatro con su sobrina. Ambos sabemos que en estos momentos ni siquiera lleva consigo un móvil-.Contestó con un tono amigable y tranquilo.

La serenidad con que la alcaldesa había estado encubriendo sus nervios y su preocupación empezaba a desvanecerse.

-Se lo diré claramente-.Prosiguió el desconocido.-A diferencia de lo que sucede en su ajetreada vida como personaje público, esta noche cada decisión que tome tendrá consecuencias. Por tanto, le aconsejo que mida cuidadosamente cada palabra. No querría que usted o su pequeña sobrina sufrieran algún daño-.Concluyó mostrando de nuevo una leve sonrisa por debajo de su poblado bigote.

Aquellas palabras la inmovilizaron. -"Tengo que pedir ayuda2-. Pensó. Intentó permanecer tranquila y buscar disimuladamente la atención de algún acomodador.

-Si necesita alguna cosa sólo dígamelo. Mis compañeros están repartidos por las salidas, el patio de butacas y el escenario-.Dijo volviendo a esbozar aquella desesperante sonrisa.

-¡¿Qué quiere de mi?!-.

-No alce la voz por favor. Deje que su sobrina siga disfrutando del espectáculo-.

"¿Quién es este hombre?¿Cómo puede permanecer tan tranquilo?¿Es un secuestro?"–.La cabeza le iba demasiado rápido como para pensar con claridad. Pero algo en su interior le advertía de que aquella barba blanca y ese sombrero inglés ocultaban mucho más que un simple jubilado. No debía provocarle.

-Le propongo algo-.Interrumpió su discurso interior-. Tranquilícese y disfrute del musical. Tenemos una panorámica única y la noche aún es joven.

Pasaría casi media hora antes de que el viejo retomara la conversación. Para entonces las gotas de sudor frío habían empapado ya hasta su alma y la alcaldesa estaba a punto de perder los nervios.

-Señora alcaldesa-.Expresó el hombre bajo un tono más serio y apagado-. Es simple. Si es capaz de guardar silencio y escuchar lo que tengo que decirle, le prometo que usted y su sobrina volverán a casa sanas y salvas-.

Ella se limitó a tragar saliva y asentir con la cabeza.

-Mientras usted goza de innumerables privilegios la gente de a pié sufre. Varias familias son desalojadas de sus casas a diario. Los padres no pueden afrontar sus pagos y los niños carecen de calefacción en los colegios. Encontrar un empleo digno es prácticamente imposible. Esta ciudad se hunde en la pobreza mientras ustedes permanecen impasivos-.Hizo una pausa.

-¿Sabe? Existe una teoría que especula con que nuestro cerebro, bajo la influencia del miedo, descarta todo lo banal e innecesario. En determinadas circunstancias, nos olvidamos de todo y nos centramos en proteger y preservar aquello que más queremos. He venido hoy aquí para darle una segunda oportunidad. Quiero que viva esa teoría en primera persona y recuerde lo que realmente importa. Ofrecerá una rueda de prensa en la que anunciará el cese inmediato de los desahucios, las subidas de impuestos y el fin de sus privilegios como gobernantes. O si lo prefiere, puede optar por ignorarme y continuar con su detestable modo de vida. Solo le advierto que si escoge esa opción, tendrá noticias nuestras. Y puedo asegurarle que no ofrecemos terceras oportunidades. Como le decía, la clave está en saber tomar la decisión adecuada-.

-Y ahora no se preocupe y disfrute de la función. Puede llamar a la policía si lo desea, acudiremos encantados en su ayuda-. Dijo mientras se levantaba de su butaca.

-¿Quién es usted?-. Preguntó entre tartamudeos.

-No soy más que un ciudadano concienciado… algo así como su jefe -.Dijo antes de abandonar el palco.

Tras alejarse suficientemente, accedió a los aseos de una pequeña cafetería. Se quitó el sombrero y estiró del flequillo despegando suavemente la peluca. La barba y el bigote también eran postizos.
Minutos después en aquel rostro ya no quedaba resto alguno del jubilado. Por fin podía relajar la garganta y dejar de emular la voz de un anciano. No sabía con certeza si su madre se había creído que tenía compañeros que lo respaldaban o que una organización secreta vigilaría sus movimientos desde ese momento pero sentía que había hecho lo correcto. No quería que su madre pasara a la historia como la alcaldesa más cruel, egoísta y corrupta de la historia.