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Ella. - por Lun

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Tic. Tac. Tic. Tac. Aplausos. Luces. Y después, oscuridad. Silencio. Pero tic. Tac. Tic. Tac. El tiempo pasa. Las luces del espectáculo se desvanecen poco a poco. Los artistas vuelven a sus camerinos. Los espectadores vuelven a sus casas. Y sin embargo, él sigue allí. Observando el patio de butacas ya vacío, recordando el tiempo en que la vio aplaudir desde aquel asiento ya roto. No hay nadie más, pero él la siente de nuevo, con su sonrisa de plata y sus ojos de oro. Con su eterna juventud. Ella desapareció. Y la magia poco a poco se fue desvaneciendo con su recuerdo. También la música decayó, hasta convertirse en no más que un lamento menor y disminuido, entre silencios y graves, entre terceras que gritaban triste y arpegios que pedían muerte. La desazón surgía de lo más profundo de los recovecos de los quiméricos espejos de su memoria rota. Las visiones le atormentaban hasta el punto de confundir su realidad y hacerle caminar por puentes imaginarios que entrelazaban zonas seguras en los recuerdos. Quizás, su fantasma aún revoloteaba por ahí, oculto entre las pequeñas sombras que el tiempo se había ocupado de tejer. Pero nadie podría recuperarla. Paseando entre bastidores, admirando con aire triste sus pequeños secretos, le dolía la seguridad de saber que por mucho que lo intentara, no podría hacerla surgir de la nada de un armario vacío. No podría convertir la imagen del espejo en su cuerpo menudo y dulce. No podría recuperarla, aunque pronunciara el conjuro que nunca hasta entonces había fallado y que seguía impresionando al público día tras día. Esos ingenuos personajes que no quieren reconocer que no hay más magia que la de los sentidos. Que no se necesitan palabras para poder realizar un hechizo. Bastan las miradas. Pero cuando éstas fallan, no existe nada.

No importa realmente dónde comenzó todo. Ellos tejieron su vida en torno a un universo imaginado, intercambiando miradas, veladas e íntimas sonrisas dispersas entre la frontera que separa el escenario de la vida real. Él encantaba cerebros, desplegaba cintas de colores adivinas, creaba luces brillantes y difusas, traía de vuelta tenues suspiros de tiempos tal vez nunca conocidos. Sus manos tejían universos nuevos mientras que sus ojos contaban la historia de una vida entre ilusión y realidad. Ella encantaba corazones, desplegaba sus sonrisas como mil pájaros al viento, creaba emociones intensas e imposibles, traía de vuelta el recuerdo de alguien a quien no se debe olvidar jamás. Sus ojos insinuaban nuevas visiones mientras sus manos descansaban frágiles en los brazos de la butaca.
Pero un día ella no apareció. Las palomas escaparon en desbandada. Las cintas surgían formando una esquela de monocromático negro. Sus manos tropezaban en el abismo de la ilusión. Pasaron los días y ella no volvió. Las dudas sobre su existencia asaltaron los pocos recovecos iluminados que quedaban en su interior. El orgullo evitó las preguntas; el miedo, las respuestas. Y poco a poco su secreto consumió la magia, la ilusión. La ausencia acabó con las miradas, pero no con el tiempo. Por eso él sigue ahí. Tic. Tac. Tic. Tac. La gente comienza a entrar, se escucha el bullicio en el exterior. La función va a comenzar.

Pero ella ya no vendrá.