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Cambio de dirección - por Eloyzinho

La niña irrumpió en el cuarto de las calderas cuando el ex director estaba montando la bomba.

– Hola, me llamo Irene, ¿qué haces?

El hombre se quedó petrificado. No contaba con que nadie bajase allí con toda la fiesta que había arriba y ni siquiera se había molestado en cerrar con llave. Finalmente se asomó a la puerta, echó el cerrojo y continuó colocando los explosivos ignorando a la niña. Un pequeño contratiempo no iba a hacer que renunciase al plan de volar el teatro Juan Cortázar. Su amado teatro. Era una idea terrible pero no le quedaba otra opción después de que le pillaran malversando fondos y se apiadaran de él al devolver todo el dinero para terminar ofreciéndole el puesto de conserje. Aquel teatro era suyo y no iba a humillarse ante ninguna pija recién llegada. Él se encargaría de que la presentación oficial de la directora Campos aquella tarde no se olvidase jamás.

– Nada, estaba arreglando esta máquina.
– ¿Qué le pasa? ¿Está rota?
– Bueno, algo así.
– ¿Y para qué sirve?
– Pues sirve para… oye, niña, ¿qué haces aquí? ¿Dónde están tus padres?
– Tenía ganas de hacer pipí y he ido al baño. Al salir vi una puerta y entré y después de eso di la vuelta y vi otra puerta pero me equivoqué y luego entré por otra puerta y como me había equivocado volví a dar la vuelta y al entrar aparecí aquí. ¿Para qué sirve tu máquina?
– Pues es… una máquina mágica.
– ¿Mágica? Pablo dice que la magia no existe.
– Ah ¿sí? ¿Y quién es Pablo?
– Es mi hermano. Yo tengo casi seis años y Pablo ya es mayor porque tiene trece. ¿Y por qué es mágica?
– Porque… hace desaparecer cosas.
– ¡Hace desaparecer cosas!

Los cables de colores se alineaban delante de él y comenzó a conectarlos. No era difícil y faltaba poco para que estuviese lista.

– ¡Es genial! Me alegro que estés arreglándola. Oye, ¿y puede hacer desaparecer cualquier cosa?
– Claro, es mágica.
– Pues entonces a lo mejor puedes ayudarme.
– ¿A qué?
– Es que tengo una cosa que quiero hacer desaparecer.
– ¿Y qué es esa cosa que tienes que quieres hacer desaparecer? -preguntó distraído el ex director.
– Cáncer. Es una cosa que se llama cáncer y creo que es muy mala. Se lo oí decir a mi mamá la otra noche pero no sé lo que es porque debió hacerse daño nada más decirlo y se puso a llorar y mi papá le dijo que no llorase, que todo saldría bien ahora que empezaba su nuevo trabajo y no la entendí más. Yo no sé lo que es pero le dijeron a mi hermano que me tratase bien porque es una cosa muy mala. Seguro que tu máquina mágica puede hacer que desaparezca. Dime, ¿lo harás por mí?

El hombre permaneció en silencio mirando a la niña con un cable en cada mano.

– Esto no está bien.

Soltó los cables y se sentó en el suelo.

– Uy, es verdad. Mi mamá dice que siempre hay que pedir las cosas por favor pero a veces se me olvida. ¿Lo harás por mí, por favor?

El hombre pareció despertar de un largo sueño.

– No. Quiero decir, que sí, que lo has dicho bien, pero que no puedo… Mira, niña, de verdad que lo siento pero es que no puedo hacer eso que me pides. Créeme, si pudiera hacerlo lo haría ahora mismo, de veras, pero es imposible, no puedo.
– Pero ¿por qué? ¿Acaso tu máquina no hace desaparecer cosas? Pues quiero hacer desaparecer una cosa y el cáncer es una cosa y tu máquina hace desaparecer cosas, así que venga, haz que mi cáncer desaparezca.
– No puedo.
– Por favor.
– Lo siento.
– Sólo un poquito.
– ¡Por favor, niña, no me lo pidas más! ¡Te he dicho que no puedo! Lo siento. Lo siento mucho. De veras.

La niña se quedó mirándole unos segundos.

– Pues vaya birria de máquina. Pablo va a tener razón. Bueno, me voy, que si no mi mamá se enfadará mucho.
– Oye, Irene, espera. Tu mamá… no se llamará Irene Campos, ¿verdad?
– Sí. ¿Cómo lo sabes? ¿También eres mago?
– No, sólo lo he adivinado.

El hombre desactivó la bomba y guardó todas las piezas.

– Yo te llevaré con ella. Es mi jefa. Me llamo Juan y soy el nuevo conserje.