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El rastro - por Emyl Bohin

Web: https://emylbohin.wordpress.com/

-¿Se puede?
-Hasta el fondo.
Jorge giró la manilla y empujó la puerta. Allí debía estar Mateo, había quedado con él y había oído su voz a través de la puerta invitándolo a pasar. Pero le resultaba difícil verlo, los finos visillos que colgaban delante del ventanal, apenas tamizaban la dura luz del sol, que esa mañana de invierno, brillaba con fuerza. Lo vislumbró sentado en un sillón de alto respaldo, el humo de su cigarro difuminaba la luz, bañando de tonos ocres la estancia. Jorge reconoció la escenografía, el director del teatro había preparado su despacho para sentirse superior. Por su cabeza pasó la idea de abandonar el lugar, pero necesitaba el trabajo. De él dependía el futuro de la compañía.
-Siéntate Jorge. Marta, tráigame otro café con leche, cargadito. ¿Tú quieres algo? Preguntó mientras colgaba el auricular del teléfono.
-No, yo he venido…
-Ya sé a qué has venido, te he citado yo.
Mateo abrió una carpeta y sacó un dossier. De forma apresurada fue pasando las hojas.
-Tu obra ha tenido buenas críticas en estos pueblos.
-Creo que será un éxito en este teatro.
-Suelen triunfar las obras que elijo. Se puede decir que tengo buen ojo.
Jorge miró a los ojos a Mateo, una sonrisa le iluminó el rostro. ¡Buen ojo! -pensó-Ni buen ojo, ni buen cuerpo, ni bueno en la cama. Esa era la ventaja de Jorge. En el último año todos los jueves y algún fin de semana, la mujer de Mateo aprovechaba las ocupaciones laborales de su marido para practicar sexo como quien practica pilates, así lo comentaba ella entre risas.
-Lo cierto es que no te he citado por tu obra -dijo cerrando la carpeta-Me importa una mierda.
La sonrisa desapareció de los labios de Jorge. Oyó unos golpecitos y sintió que la puerta se abría a su espalda.
-Su café, señor Namela.
-Gracias Marta. Vaya a comer, es tarde. Nosotros nos quedaremos un poco más. Cierre la puerta al salir.
Jorge pensó que el tono autoritario no se correspondía con la forma en que la miraba, estaban enrollados o al menos él lo intentaba.
-Te he hecho venir, porque estoy harto del lío tuyo con mi mujer.
-¿Qué dices? ¿Qué lío?
-Mira Jorge, no me tomes por tonto, con los cuernos ya tengo bastante.
-Tú dirás qué quieres.
-Joder, ¿qué voy a querer?, que se acabe. ¡Coño!
Jorge trató de acomodarse en el asiento, llevó una mano al apoyabrazos, adelantó el pie derecho. Tenía que ganar tiempo, pero la improvisación le fallaba. La mujer de Mateo era una diversión, en cambio su trabajo era su vida. Sí María, su mujer y primera actriz, se enteraba, podía pasarlo francamente mal. Hacía tiempo que las relaciones no iban bien, pero era lo mejor que había tenido.
-Mateo, lo cierto es que acabamos de dejarlo -mintió.
-Ya, me parece bien, pero yo había pensado otra cosa.
-Tú dirás.
-Creo que deberías tomar unas vacaciones. Ir a otro sitio. Ya sabes, conocer las novedades que hay en el teatro. Cambiar de aires, chico, darnos tiempo, que las cosas vuelvan a su cauce.
-Pero es muy difícil ir con la compañía a lugares en donde ni han oído hablar de nosotros.
-No, yo no hablaba de la compañía, hablaba de ti. Pero si tanto te preocupa, puedo contratarla, tengo unas fechas libres en marzo y parece que la obra es buena -Mateo hizo una pausa y destrozó el cigarro contra el cenicero-. La obra ya está en marcha y tu mujer podría hacerse cargo de la compañía.
-¿Quieres que me vaya y que se quede aquí la compañía?
-Si no te largas te prometo que no vas a trabajar en tu puta vida. Pero los demás no tienen la culpa, si te interesa esta es mi oferta.
El sol ya había abandonado el ventanal y el humo se había disipado. Jorge podía ver el rostro sereno y expectante de Mateo que, con las manos entrelazadas en la nuca, se mecía en su sillón.
-Lo tengo que consultar con mi mujer.
-Por supuesto, Jorge, por supuesto.
Al llegar a la salida del teatro. Jorge se giró hacia Mateo para despedirse. A través de las puertas abiertas que dan acceso al patio de butacas, pudo ver el escenario con el telón bajado. No dijo nada, dio media vuelta y abandonó el teatro. Mateo cerró por dentro y del bolsillo sacó un teléfono.
-Cariño, tu marido va ahora para casa, el resto es cosa tuya.