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El Cazador - por SpinnerDark

Web: http://trazosyrasgos.wordpress.com/

El dolor punzante sobre la ceja era molesto. El ataque fue inesperado y lo pilló con la guarda baja, aunque justo en el momento de la estocada había logrado colocar la linterna de aceite en la trayectoria de la espada. Antes de logar reaccionar al ataque, le dio un empujón con el hombro, lanzándolo sobre un montón de sábanas que lo enredaron por completo. El polvo acumulado por el tiempo saltó en una nube, haciéndole toser violentamente. Cuando logró salir de aquel embrollo se encontraba solo.

Se levantó lentamente y tanteó a su alrededor. La linterna había salido volando por el golpe, perdiéndose entre los montones de escombros que cubrían el escenario. Poco a poco sus ojos se fueron acomodando a la penumbra. La luna llena iluminaba con pereza a través del tejado medio derrumbado. Antes de hacer cualquier cosa agarró el pomo de su espada y tiró de ella hacia fuera. La próxima vez no lo pillaría desprevenido. Carraspeó y expulsó el poco polvo que le quedaba atrapado en la garganta.

Empezó a moverse con sigilo entre los objetos de atrezo. En el momento que creyó escuchar una pista sobre su agresor rozó un árbol de cartón. Lo vio caer lentamente sin lograr hacer nada para sujetarlo. Cayó haciendo un gran estruendo sobre un montón de objetos inestables. Una mueca de incredulidad se dibujó en su rostro y lanzó un suspiro. No podía ir nada a peor.

Sin previo aviso la sala empezó a iluminarse. El tono era anaranjado y cada vez era más vívido. Se giró lentamente. Ya había encontrado su linterna. El aceite había salido volando del interior impregnando telas y artilugios de madera. El fuego estaba cogiendo fuerza con rapidez, devorándolo todo a su paso. Una gran inquietud le recorrió desde la cabeza hasta los pies. Aunque quisiese terminar lo que había empezado todo estaba en su contra. Y ahora no iba a poner en peligro su vida. Mientras observaba con curiosidad las llamas una sombra se movió con rapidez allí en las alturas. Entre los perfiles colgantes, se encontraba su presa. El hombre se detuvo, mirando fijamente al joven de allí abajo. Se quitó su sombrero de ala con una mano y con una sonrisa agitó el brazo, a modo de despedida. Soltó una risotada y mientras volvía a ponerse el sombrero continuó su carrera.

No tenía mucho tiempo, y menos para encontrar las escaleras que le permitieran alcanzarlo. Las llamas pronto lo envolverían todo por completo y no quedarían más que los restos carbonizados. Soltó un suspiro, de resignación pero a la vez de alivio. No tendría problemas en usar aquello y menos que nadie conociera su pequeño secreto. Con un movimiento seco lanzó su espada hacia delante. Sus ojos seguían la estela del hombre. Empezó un rito que ya se había convertido en una costumbre. Las runas se dibujaban con fluidez, desapareciendo para dejar paso a las siguientes. Murmuraba entre dientes sus respectivos nombres y cuando terminó golpeó la madera del escenario. Desde el lugar donde la punta del acero rozaba el suelo salieron disparados unos haces de luz, serpenteantes, que fueron a enroscarse en las botas del joven. Ya era suyo.

Tomó posiciones, flexionando las dos piernas. Se agachó un poco, encorvando la espalda. Sujetó con fuerza la espada e hizo crujir su cuello hacia los dos lados. En el momento que las llamas le taparon la vista, acariciando uno de los arcos superiores, saltó con gran impulso hacia delante. La madera bajo sus pies restalló con violencia. No era la primera vez que ocurría y siempre se sorprendía con la fuerza que le otorgaban las runas. Atravesó las llamas sin miedo a quemarse, finalizando su salto cual felino sobre una de las vigas superiores. El ruido que había generado con el salto había sorprendido a su víctima. El hombre se había agarrado a la barandilla y buscaba con desesperación entre las llamas, pero el joven tuvo que lanzar un grito para llamar su atención.

Allí arriba su presencia era imponente. La luz de las llamas a su espalda le otorgaba un aspecto de lo más tétrico. Sus ojos llenos de furia lo miraban fijamente. Mostraba una expresión de superioridad.

Fue entonces cuando el hombre lo reconoció. La espada se resbaló de las manos y se dejó caer de rodillas. Pálido, unas lágrimas brotaron de sus ojos y empezó a rogar por su vida. Pero como todos saben en la ciudad, no hay nadie que pueda escapar de las garras del cazador.