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¡Abajo el telón! - por Ignacio Gallach Pérez

Web: http://www.lapizinquieto.blogspot.com

«Buenas noches, caballeros. Esperamos tenerlos pronto de nuevo con nosotros», les dije. Me apresuré a cerrar las puertas del teatro, recorrí el pasillo de las butacas con mi linterna y llegué a la fila 11, al asiento 6. Estiré la palanca que activaba el mecanismo de la trampilla, bajo la butaca. Se volteó y dejó al descubierto la entrada a unas galerías que circulaban por debajo del teatro. «¡Ya era hora! ¡Venga, que el barco no espera, y tengo veinte minutos de camino!», espetó Mariano, con el ceño fruncido. Desde que lo conocía, lo había visto pocas veces con la expresión relajada. Calculo, así a ojo, que los músculos de su frente consumirían la mitad de los aportes calóricos diarios del vodka que ingería, y me atrevería a asegurar que podría prensar entre ellos una barra de hierro. «¡Vale, “pasmao”! Espabila!». Tengo tendencia al ensimismamiento. «Déficit de atención», le decían a mi madre. Al final el matón, con «déficit de paciencia», acabó soltándome un bofetón. Ahora sí, me fui directo al escenario, desaté el saco de la polea de los telones y se lo entregué. «Aquí tienes, tal como me lo dio El Seco», le dije. A continuación, a cambio de la mercancía, él me dio un saco igual, pero lleno de dinero, parte de él en monedas. Este saco lo recogería al día siguiente El Seco utilizando el mismo procedimiento. Ni se me pasaba por la cabeza tocar nada de ahí. Bueno, sí se me pasaba, pero cuando me imaginaba lo que me haría, rápidamente me volvía muy conformista. Bastante tenía con el pago que me hacía. Até el saco del dinero en el lugar que había dejado el otro y me marché a casa. La tarde siguiente, día especial «El colegio visita el teatro», la función se desarrolló con normalidad. Al terminar, cerré el telón y los chavales aplaudieron siguiendo las indicaciones de sus profesores. Al desatar la cuerda de la polea para volver a abrir el telón y que los actores saliesen a saludar, el saco se rompió y el dinero saltó, desparramándose por todas partes. Aquello se convirtió en una auténtica cabalgata de los reyes magos, cuando desde las carrozas tiran caramelos y los niños dejan de ser niños para transformarse en auténticos animales. Arreé a correr hasta entrar en la fila 11 y pisoteé a cinco niños hasta que llegué a la butaca 6. ‘¡Niño, quita!’. El niño se apartó. Levanté la butaca y salté al agujero. Caí sobre El Seco, que allí aguardaba, con tal fortuna (mala para él) que se partió la nuca. Como si su apodo hubiera vaticinado su destino. La situación me desbordaba y, en mi intento por escapar del asunto, corrí galería adentro en dirección hacia el puerto. Ahora vivo en una isla, donde la gente es muy simpática. He fundado mi propio teatro, no pude resistirme. Pero ahora soy actor, no quiero volver a verme envuelto en un berenjenal como aquél. Por si las moscas, estoy excavando una galería subterránea. Nunca se sabe