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Desde que tengo memoria - por Lorena

Web: http://iracundasmith.wordpress.com/

Era su primer día como acomodador allí. La representación no empezaría hasta las nueve, pero decidió pasarse unas horas antes para poder ver el último ensayo. Leonardo no estaba seguro de si le estaba permitido, pero tenía muchas ganas de conocer a los actores. Le fascinaba aquel mundo.
Antonie (así, sin apellido) era el director de la obra. Se paseaba entre las butacas, meditabundo sin prestar atención al ensayo, al parecer le había dejado hacer todo el trabajo a su ayudante. Pasó muy cerca de Leonardo y este temió que al verlo lo echara, no solo del ensayo sino también de su trabajo. Habría sido un record incluso para él. Pero Antoine ni siquiera lo miró. Caminaba arriba y abajo mascullando algo. Primero eran leves susurros, luego fueron elevándose. Leonardo le miraba de reojo y miraba a los actores, quienes parecían no estar molestos por el ruido. “Supongo que si eres el director de la obra puedes permitírtelo.” pensó.
Cuando Antoine empezó a gritar: “¡Maldita sea!” Leonardo se armó del poco valor que tenía y, aprovechando que en ese momento pasaba muy cerca de él, le susurró:
– Perdone, está interrumpiéndoles. –y señaló al escenario. Aunque lo que estaba pensando era “¡Cállese de una buena vez!”.
El director dejó de caminar y le miró fijamente, con la boca abierta como si hubiese visto un fantasma.
– Llevo horas intentando hablar con ellos pero no me escuchan ni me ven… Pensaba que tu no…
– ¿No le hacen caso? ¡Pero si usted es el director!
– No, digo que NO PUEDEN VERME. –dijo haciendo un gesto con las manos que abarcaba a toda su persona.
– Bueno… yo no debería estar aquí… lo siento… -Leonardo intentaba escabullirse educadamente. Aquel hombre no estaba bien de la cabeza, pero aún así era un director importante.
– ¡No! No te vayas, tienes que decirles algo… ¡Por favor!
– Oiga, yo le respeto mucho y no me parece bien que me gaste una broma tan cruel solo porque sea mi primer día…
– Mira –dijo sacando un billete de cien euros- Si todo es mentira, serán para ti. Sólo diles…
Leonardo perdió el poco color que tenía. Una parte de su cerebro le decía que acababa de ganar cien euros y otra le gritaba que saliese de allí corriendo. Ignoró a las dos voces y se acercó al escenario. Ya no tenía miedo de que le despidiesen. Puede que acabasen internándolo y todo daría igual.
– Tengo algo que decirles. –No había encontrado otra manera mejor de empezar.
– Usted no puede estar aquí. –Le espetó el ayudante del director
– Dígamelo a mí… Es sobre Antoine –dijo ignorando el tono amenazador del hombre- Tengo un mensaje de él para ustedes…
– ¿Le ha pasado algo? Hoy no ha venido… –se interesó una de las actrices.
– Si que ha venido, sí. –Leonardo se dio cuenta de lo confusos que estaban así que decidió soltarlo de golpe- Antoine quería que supiesen que les aprecia mucho, que estos años con ustedes han sido maravillosos…
– ¿Abandona la compañía? ¡Dios! ¡Cómo se puede ser tan irresponsable! –espetó el actor protagonista.
– Déjeme terminar. También quería que supiesen que pueden descansar. Que se acabó.
– ¿Nos cancelan? ¡Serán cabrones! -Esta vez todos alzaron la voz soltando improperios y sujetándose los unos a los otros para no atacar al pobre Leonardo.
– ¡No lo entendéis! ¡Estáis muertos!
Primero se quedaron callados, luego se rieron, después volvieron a enfadarse. “Negación, odio, aceptación…” pensó Leonardo sin saber muy bien porqué. Les explicó lo que Antoine le había contado, que todos habían fallecido esa mañana en un accidente con la furgoneta que los recogía para traerlos al teatro.
– El último al que recogían siempre era a Antoine, el accidente fue antes de eso… Lo siento… Él quería que supieseis la verdad. Que no os quedaseis aquí, representando esta obra para siempre. Al parecer puede veros, a los fantasmas quiero decir, vosotros a él no… Quería que os fueseis en paz. –balbuceó.
Confusos, asustados, desconfiados, pero en el fondo todos sabían que decía la verdad.
– ¿Desde cuándo guardas ese secreto? –era Antoine el que hablaba.
– ¿Desde cuándo veo cosas que no debería? Desde que tengo memoria –confesó, y se quitó un peso que no sabía que llevaba encima.