Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

El peso de la fama - por Max Rayo

El peso de la fama
Lástima de teatro. Qué desperdicio. Pasar de coqueto y airoso teatro estilo rococó a un tétrico almacén de basura abandonado. El pizpireto edificio se había convertido en un nido de ratas, y también en mi eterna morada. Mi espíritu residía en el carcomido foyer. En vida, siempre luché por ser el centro de atención. Así me fue. Por eso me mataron.
Cincuenta años antes, el teatro de los Luisines del barrio de Miralbien bullía de actividad. Era el centro cultural, social y asociativo del barrio, y acogía todas las actividades grupales de la parroquia, las obras de la Asociación de Señoras Benefactoras de los Pobres Niños Sin Bautizar, las vigilias del Padre Holigan, la coral del colegio de primaria Buena Madre de Dios y miles de otras iniciativas.
Ese mismo lunes 17 arrancamos los ensayos de la función de Navidad, una recreación del Nacimiento de Cristo, una edulcorada obrita sin pretensiones. Yo era la actriz meritoria, la guapísima y prometedora Merceditas Sanabria. Era muy joven, llena de ilusiones, y estaba convencida de que gracias a mi frescura, mi desparpajo y mi talento llegaría a ser una actriz reconocida en el panorama nacional. Delgada como un junco, me balanceaba con garbo sobre mis tacones de palmo, mientras puntuaba mis pasos a golpe de mi sombrerito de plumas. Me encantaba esa tenue, me hacía sentir extremadamente glamurosa.
Mi papel en la obra era mínimo. Yo quería hacer el papel de Virgen María, estaba más que preparada. Pero, el director, Ferran Contreras, un imbécil arrogante, bajito, y corto de entendederas, se le metió en la cabeza que mi colega y competidora Silvia Sañudo era mucho más apropiada para ese papel, porque su físico era más…virginal. ¡Valiente cretino! ¿Cómo iba a ser más virginal la Sañudo, si todo el mundo sabía que le hacía al director finos trabajos de boca entre bambalinas? Era una zorra desalmada sin ningún talento, que para lo único que valía era para intercambiar carne por favores, su carne, carne de pollo hervido y desplumado. Olía a miseria. Era fea, sosa, pobretona, tenía más poca gracia que una muerta en vida. Y pensando en esa comparación, se me ocurrió la idea. Jugar un poquito con los pesos que movían las cortinas del teatro. Prepararle una trampa a la sosainas de la Sañudo. Que se le cayera un peso encima, pero con cuidado, sólo para que sufriera un lamentable accidente, se dislocara un poco un hombro o algo así, y se tuviera que quedar en casa a recuperarse. Y yo actuaría en su lugar.
Lo calculé todo con gran esmero. Despistando a la compañía, hice por quedarme sola una noche entera encerrada en el teatro. Probé y probé el sistema de pesos para confirmar que el peso caía consiguiendo el efecto buscado. Lo dejé todo preparado para la tarde siguiente, teníamos ensayo general. En cuanto abrieron el teatro a primera hora, me largué a casa a dormir hasta la hora de empezar.
Me levanté despejadísima. Radiante. Fui de casa al teatro en un plis, silbando, parecía que mis pies volaban. Al llegar saludé a mis compañeros de elenco con muchísimo cariño, hasta abracé a la zorra de la Sañudo y le planté un par de besitos al burro del Director. Cuando el director lo indicó, cada uno de los actores tomó su puesto. Y ya…¡iba a ocurrir!. Ya me llegaba la sonrisa de oreja a oreja, aunque estaba intentando disimular, cuando noté un golpe sordo. Se me nubló la vista. A cámara muy lenta, me vi caer hacia el suelo como un árbol segado por la experta hacha de un leñador. Y luego, se hizo un silencio ensordecedor mientras todos mis compañeros gritaban como locos y corrían a socorrerme. Imposible, yo ya estaba fuera del límite de cualquier ayuda humana. El peso me había hundido el cráneo, matándome al instante.
Fue lamentable. Patético. A raíz de mi muerte toda la reprobación social cayó en avalancha sobre el teatro, llevándolo a su cierre y posterior abandono en un par de años. Yo me hice más famosa de lo que jamás me hubiera hecho en vida y fui honrada y recordada largo tiempo. Hasta le pusieron mi nombre a una bonita plaza. Gracias a Dios, nadie supo que mi muerte no fue accidental, que yo preparé todo muy bien pero que salió todo muy mal y que me mataron mi maldad, mi ambición y mi falta de compasión. Mi secreto me procuró la tan deseada fama. Valió la pena.