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Los amantes de Bilbao - por Iraide Talavera

Web: http://elbazardeiraide.blogspot.com.es

El Teatro Arriaga iba a abarrotarse aquel domingo de enero. A lo largo de la semana casi habían conseguido llenar su aforo y, gracias al boca a boca, nadie había querido faltar a la última función de Los amantes de Bordeaux. Jaime, el personaje principal de la obra, vivía ajeno a lo que ocurría tras el telón. Apenas quedaban veinte minutos para empezar la representación, y notaba cómo los nervios laceraban su estómago mientras repasaba sus primeras intervenciones.

Durante dos horas y media, dejaría el presente para trasladarse a la Francia del siglo diecinueve convertido en Jacques de Marsay, un joven noble que rechazaría el matrimonio concertado por su familia con la hija de un duque para casarse en secreto con Annette Lasalle, una muchacha plebeya. Su escena favorita era boda de los dos protagonistas: tenía lugar en un bosque de álamos, a orillas de una laguna. Cuando la ensayaba, solía acordarse de Ana, su novia en la vida real, y pensaba en lo romántico que sería convertirse en marido y mujer en un paraje como aquel. Una vez, incluso, le recitó la frase en la que juraba su amor eterno a Annette; Ana, ruborizada, le contestó que tuviera cuidado con los juramentos, porque luego había que cumplirlos.

Mientras Jaime ensayaba, el patio de butacas, los palcos y todos los demás rincones del teatro absorbían gente extasiada por la bella historia en la que iban a sumergirse aquella noche. Entre ellos estaba Ana, que se dirigía con paso apresurado a la primera fila acompañada de su madre y de los padres de Jaime. Era la primera vez que el actor lograba un papel protagonista en una gira teatral, y habían aprovechado que ésta pasaba por Bilbao, su ciudad natal, para ir a verle todos juntos. Ana ya había visto Los amantes de Bordeaux en Madrid, y había acudido a varios ensayos porque le encantaba observar las escenas entre bambalinas. Tanto le gustaba que, sin que su novio lo supiera, se había aprendido todos los papeles de memoria, sobre todo el de Annette Lasalle.

Las luces del teatro se apagaron, y una voz etérea anunció que la representación iba comenzar. Después, el telón se abrió a la oscuridad silenciosa de la gran sala; Jaime, transformado en Jacques de Marsay, apareció en el escenario declamando sus primeras frases. Poco después, la actriz que interpretaba a Annette hizo su entrada. Ana, sincronizada con ella, recitaba para sus adentros su papel sin omitir ningún matiz. En su mente, las palabras de la joven enamorada resonaban con tal fuerza que terminó olvidando que estaba asistiendo a un espectáculo. Su única realidad eran Jacques, Annette y su amor, tan intenso como el que ella sentía por Jaime.

La vibración de su móvil la devolvió al siglo veintiuno, y recordó que tenía una misión. Con sigilo, se levantó de su asiento y abandonó la sala cruzando los dedos por que eso no distrajera a Jaime, que en aquel momento estaba inmerso en un monólogo en el que cantaba las maravillas que le depararía el casamiento. A toda prisa, se metió en el vestuario de los actores y se puso el vestido que le había dejado preparado Mara, la actriz que interpretaba a Annette. Después, siguiendo las indicaciones del director, salió al escenario y pronunció las líneas que había repetido como un mantra en su cabeza desde que había decidido sorprender a Jaime con aquella inesperada declaración de intenciones: "Jacques de Marsay, yo también te juro mi amor eterno. Un juramento es un juramento".