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Bambalinas - por Eduardo Daniel

Claudio era uno de esos actores que parecía haber nacido para cada uno de sus personajes. No había historia que no encajara en sus artes de representación. Los entendidos decían que era un artista versátil. Siempre bien acomodado, desde el primer ensayo, desplegaba con naturalidad lo que le exigiese el libreto. Sólo una vez, recuerdan los críticos de del espectáculo, presentó una actuación algo forzada. No hubo mayores explicaciones acerca del caso, más que la justificación de una apresurada vuelta a las tablas, después de una intervención quirúrgica. A partir de ahí, y después de un tiempo lejos del escenario, volvió con mayor fuerza y nadie notó retroceso alguno en su forma de actuar.
Julio, un artista de primera línea. Siempre a la par con Claudio. Sin embargo, a diferencia de éste, era un hombre de mayor autodisciplina y repetición de ensayo hasta el cansancio. No paraba hasta hacerse uno con lo que le tocaba representar. Diríamos de una actuación intachable, aunque entre bambalinas comentaran alguna fisura de su puesta en escena. Por supuesto, nada que opacara el éxito que pudiera tener una obra que él representara. Al finalizar cada día de función repasaba, en su camerino, lo que había sucedido ante el público y anotaba las posibles mejoras y sugerencias al director. Cumplido este ritual, por fin volvía a casa, donde lo espera Claudio.
Al principio llamo la atención que dos actores con tan exitosa carrera decidieran vivir juntos para ahorrar gastos, según las versiones trascendidas. Luego se supo que la amistad entre ellos pasó a una intimidad mucho mayor. Siempre viviendo muy unidos y de manera discreta, entregados a la dramaturgia, aunque lo curioso era que jamás actuaban en una misma obra. Algunos lo atribuían a la libertad de interpretación que buscaba cada uno de ellos. Otros se atenían a que no hay que mezclar el trabajo con el amor. Los críticos, por su lado, aseguraban que la línea interpretativa de Julio y Claudio los lleva en direcciones opuestas, aunque siempre elegían el mismo teatro para sus obras. Incluso se negaron a formar parte de algún reparto si la sala no era la que ellos tenían como única.
Juan, director técnico estable de aquél escenario siempre elegido, conocía a estos dos actores junto con sus mañas y gustos. Además, era quien facilitaba mantener en silencio lo que nadie sospechaba. No hacía falta explicaciones, todo estaba preparado para que Julio o Claudio se sintieran cómodos y trabajaran sin dificultad.
Estos dos artistas estaban unidos por el amor. El amor entre ellos y el amor al arte teatral. Pero además los había juntado el deseo de complementarse y mitigar juntos su dolor y su tragedia. A Claudio le sucedió en un accidente de coche. A Julio mientras practicaba alpinismo. Ambos compartían una vida de actuación, dentro y fuera del teatro. Cuando uno tenía que actuar, el otro se quedaba en casa, de este modo aquél usaba, sin complejos, el único brazo ortopédico que tenían y compartían.