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Sorry for party rocking. - por Naniis

Web: http://dianaleiiva.blogspot.com

El autor/a de este texto es menor de edad

Esa noche salí a quejarme con la vecina por el ensordecedor sonido que su estéreo proyectaba desde el patio trasero de su casa hacia la calle. Le bastó con cantarme “Sorry for party rocking” al estilo LMFAO y sin saber cómo, me había llevado a uno de los sillones de piel sintética que adornaban su sala, colándome en aquella fiesta de disfraces que usaba como pretexto para celebrar su mayoría de edad, según tenía entendido.

Al parecer no le importaba que estuviéramos en pleno Febrero.

Nunca me habían gustado las fiestas de disfraces; me parecían de lo más infantiles, absurdas e innecesarias; prefería las cenas elegantes en restaurantes de lujo, o los cocteles en jardines al aire libre.

El asiento no era incómodo, pero me era imposible no mantener una pose rígida, con la espalda demasiado recta y los brazos extendidos apoyados sobre las rodillas.

Mi vecina pasó junto al sillón apresuradamente y aproveché para llamar su atención. Iba vestida con unas orejas y cola de gato negras, al ver mis intenciones de huida, me dedicó un ebrio “miau”.

Sin darme permiso de caminar más allá de la puerta, me sentó de nuevo en el sillón y minutos después trajo a una chica; casi de mi misma edad e igual de desorientada que yo.

Platicamos un rato por pura cordialidad, pues ninguno de los dos se sentía especialmente a gusto allí.

En realidad la fiesta se llevaba a cabo en el jardín trasero y no lograba entender por qué nos tenían presos en la sala; poco me importaba de todas maneras.

Miré con impaciencia mi reloj de mano para comprobar que apenas faltaban unos minutos para que dieran las doce, y a ese paso, no despertaría al día siguiente para ir a trabajar. Quien iba a pensar que justo eso pasaría.

El cucú del reloj me sorprendió cuanto sonó a medianoche y, como si la gente hubiera sido atraída a él, la estrecha sala se llenó rápidamente de invitados.

Me tensé cuando empezaron a mirarme más de lo que se podría considerar normal e intenté localizar a mi vecina de entre el cúmulo de gente; di con ella al fondo, saliendo de la cocina y llevando en mano un cuchillo largo y afilado de porte medieval.

Un escalofrío me recorrió la columna cuando la vi caminar hacia nosotros con una sardónica sonrisa y su lengua juguetona lamiéndole los labios.

Contemplé con pavor que los invitados rodeaban el sillón y sus rostros lucían hambrientos. Ahí fue cuando me percaté de sus disfraces.

Uno de ellos tenía lo que yo creía era una máscara de hombre lobo, pero cambié de opinión sobre si en verdad era una máscara cuando se acercó a mí y olí un penetrante aliento canino.

Sentí un tirón en el brazo que me hizo levantar del asiento y contemplé con asco que quien me tocaba era un invitado de piel enmohecida y negra. Le faltaba carne y su cuerpo desprendía un hedor asqueroso. El tipo estaba pudriéndose, sin duda. Miraba mi brazo como si de una pieza de pollo se tratara.

Todo pasó en un santiamén y no lograba entender nada. Ni siquiera me alcanzó el tiempo para ponerme alerta o planear huir.

Intenté localizar a la chica de antes y lo que encontré en su lugar hizo que mi corazón se detuviera de impresión y terror al mismo tiempo.

Un hombre delgado con ojeras bajo los ojos estaba inclinado sobre ella y mordía su cuello haciendo brotar de él sangre carmesí; me dieron náuseas y creí desmayarme; pero una firme mano evitó que cayera al piso.

Tenía un presentimiento horrible, tan malo que estaba consciente de que no lograría ver el siguiente amanecer. Mis sospechas fueron confirmadas cuando al fondo, un ser de capucha negra y oz en mano me miró con anhelo y expectación.

Dejé de poner resistencia al ver que el hombre que me sostenía; tan alto que podía medir cuatro metros, de traje negro y elegante, blanco como el papel y sin rostro, me aprisionaba el pecho con sus anormalmente largas extremidades semejantes a las de una araña tanto en forma como en número.

Mi vecina caminó hacia mí, la cola de gato que llevaba parecía moverse como si tuviera vida propia y sus orejas se agachaban con sumisión.

Me miró con lástima a través de sus felinos ojos y, con un rápido movimiento, presionó su extraño cuchillo sobre mi cuello, cortándolo a sangre fría.

Al menos; pensé, serviría de aperitivo para los invitados.