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Noche de carnaval - por Giriel

Empezaba a caer la noche en el colorido malecón de Rio Chico, desprendiendo en el horizonte un tono rojizo que iluminaba los rostros de los asistentes. Hacía juego también con el traje rojo de organza que Lena había elaborado, inspirada en la reina de corazones.
Disfrutaba usar su disfraz de falda muy corta, corsé y transparencias, la hacía sentir sensual y atrevida, adecuado para el ambiente erótico que se alcanzaba a percibir cuando la noche hacía su entrada al Carnaval.

Llevaba dos días celebrando junto con su novio y amigos, bailando y bebiendo. Y desde el día anterior había observado con mucho interés a un personaje que le atraía intensamente, quien parecía formar parte de un grupo de bailarines. Vestía una túnica azul rey con guantes dorados y una máscara le cubría la cabeza desde la nariz, terminando en unas magníficas púas doradas. Lena veía cómo danzaba con movimientos provocativos y enérgicos y acariciaba a sus hermosas compañeras con delicadeza, como parte del espectáculo. Él le dirigía miradas, seguramente percatándose de que ella lo observaba. Y eso le atraía más.

Esa noche el tequila empezaba a protagonizar la velada, las luces parecían más intensas y los tambores electrónicos penetraban en la piel. Lena ya sentía los efectos, era delicioso. Se alejó un poco de su grupo para buscar la mirada del personaje azul-dorado y se cruzó con ella. Los gestos del hombre la llamaban como invitándola a acercarse, le sonreían, la excitaban y su cuerpo respondía, pero su cabeza daba vueltas. Entonces escuchó que alguien gritó su nombre y volteó sin ver a nadie conocido, sólo máscaras, luces y gritos. Por un momento se sintió perdida y quiso regresar con sus amigos, pero la algarabía no se lo permitía. Alguien a su lado sopló una estruendosa corneta que la ensordeció y la confundió aún más y, luego, como un aire suave percibió un susurro en su oído. Cuando miró, la túnica azul pasaba muy cerca a su lado. En medio de la sordera había creído escuchar un “conmigo”. Sus palpitaciones se aceleraban, pero deseaba seguirlo, sólo eso le dejaba sentir su embriaguez. Observó que el hombre de la túnica se detuvo frente a un pequeño callejón y le dirigió una mirada. Lena comprendió.

Las manos doradas eran sutiles e inquietas y, la mirada, joven y atrevida, con la que se expresaba sin pronunciar palabra.

– ¿Quién eres? -preguntó Lena con inquietud y deseo. Luego saboreó un volcánico beso del que no podía desprenderse.

El éxtasis la abrasó en el segundo en que aquellas manos jugueteaban con el borde de su mini falda, rozando sus piernas. Ella deseaba más pero, algo golpeó su conciencia y, al abrir los ojos, se encontró sola, recostada en la pared y acalorada. En aquel estrecho solo vio a un hombre y una mujer que se decían algo en baja voz, mirándola con curiosidad.

Lena no entendía. ¿Dónde estaba él? Desapareció en un segundo o ella había perdido la noción del tiempo. Se sentía muy mareada y más confundida aún.
Su instinto la llevó a la salida y se paró contra una pared, agotada, mirando las formas brillantes de colores.

– ¡Lena! –su novio se acercaba molesto. Ella sintió alivio al verlo, pero también le preocupó que se hubiera dado cuenta de algo.- Te estaba buscando hace rato, ¿te pasa algo?

Ella no sabía qué decir, solo negó con la cabeza.
– Yo si sé lo que te pasa… ¡estás borracha! –dijo él.

La llevó hacia el grupo y la presentaba ante unos bailarines exóticos que acababa de conocer, cuando Lena vio entre ellos el de la túnica azul, de espalda y con la máscara en las manos. Su estómago ya no resistía los nervios. ¿Quién era? ¿Qué tanto había sucedido en el callejón? El personaje por fin se dio vuelta y la miró… ¿Una mujer?

– Oigan, ¡Lena está vomitando!
– Bienvenidos al Carnaval de Rio Chico –dijo con sonrisa traviesa la chica de la túnica azul.