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El bufón y el disfraz desgarrado - por Diane Cotti

EL BUFÓN Y EL DISFRAZ DESGARRADO

Todo estaba dispuesto en aquel pequeño pueblo, para que se llevara a cabo el esperado evento. El Carnaval de los Locos, era una antigua tradición, que rompía el orden de lo establecido. Cada año, había representaciones con marionetas y títeres por demás ridículas. La gente se disfrazaba, para tratar de esconderse y así trasgredir los límites sutilmente. La permisividad era la invitada de honor. Se sentía un ambiente festivo lleno de irreverencia y extravagancia. Varios malabaristas hicieron su aparición como preparando el escenario para la entrada triunfal del bufón, quien ese día, era el rey de la noche.
Dentro del pequeño teatro, tembloroso terminó de leer aquella misteriosa carta. Palabras incómodas que le revelaban una verdad oculta, por más que lo intentó no pudo contener dos gruesas lágrimas que rodaron por su afilada cara, haciendo que el maquillaje se corriera. Se limpió con el revés de la mano y sin querer, probó la sal de su llanto. Un antiguo miedo recorrió su cuerpo. El recuerdo era borroso pero la emoción era tan vívida.
-¡No me dejes!- Remembró de súbito.
-¡A escena!- Se oyó tras bambalinas interrumpiendo su catarsis.
Como pudo, retocó el maquillaje, escogió su traje más llamativo y trató de esconder de nuevo lo que había quedado al descubierto, pero fue inútil. ¡Su destino lo había alcanzado! ¡Ya no podía ocultarse más! Aquellas palabras traídas de tierras lejanas, no dejaban de resonar en su cabeza como un eco.

Escenificas la mejor farsa,
la risa falsa,
la broma ácida.
El humor pestilente
de una herida podrida.

-¡Es tu turno bufón!-
A paso tembloroso, se paró en aquel escenario, levantó la mirada para ver a su público. Trató de hacer sus usuales bromas pero un miedo traicionero se apoderó de él. Sentía que sus piernas no lo sostenían y comenzó a marearse. Un fuerte dolor en el corazón, lo hizo doblarse y caer de rodillas. Los presentes observaban la escena creyendo que era parte de la actuación pero el bufón moría delante de todos ellos.

El tiempo no perdona,
el disfraz se desgarra,
la actuación se desgasta.
La máscara se cae,
el alma se desnuda.

-No puedo reír, ¡me duele el corazón!- Gritó estremeciendo a la concurrencia.
Súbitamente la muerte apareció en la escena posándose frente a él. Lo miraba con desdén. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y el alma. En un instante, recordó los momentos más significativos de su vida.
-¡Dame otra oportunidad!- Suplicó vencido por el miedo.
-Maquillaste tanto tu herida que creíste que no la llevabas cosida al corazón. ¿Qué te queda sin disfraz y maquillaje? ¿Sin el sarcasmo y la ironía? ¿Qué te queda? ¡Respóndeme!-
– ¡Un miedo atroz de haber vivido enmascarado!-
-Mira más dentro.- Ordenó.
– ¡No quiero morir! ¡Por favor!-
-¿Qué hay detrás del miedo, bufón? Por una vez en tu vida sé honesto.- Dijo encajando la guadaña en su corazón.
-¡Dolor!-
La muerte entonces se apartó.
-No es el tiempo aún, sólo he venido a recordarte que es momento de que te hagas cargo de tu herido corazón.-
Dicho esto, desapareció tan misteriosamente cómo había llegado. El bufón se quedó tirado, llorando un llanto profundo que lo hacía estremecerse. El público quedó impactado y comenzó a aplaudir. El telón cayó.
-Estoy tan cansado.- Murmuró retirándose del teatro.
Durante tres noches deambuló el hombre, ya sin los ropajes de bufón tratando de entender qué sería ahora de él. Sin su disfraz, se sentía desnudo. Recordó entonces la estrofa de aquel poema.

El tiempo no perdona,
el disfraz se desgarra,
la actuación se desgasta.
La máscara se cae,
el alma se desnuda

Los ladridos de los perros, lo sacaron de su ensimismamiento. Era una caravana de gitanos que llegaba al pueblo. Una mujer de tez morena y cabello negro bajó de la última carreta y tocando su pandero, comenzó a bailar. Algo en el corazón del hombre se agitó. Ella sólo le sonrió; pero esa sonrisa contenía un lenguaje secreto que si era capaz de descifrar, lo llevaría al lugar donde estaba llamado a ser un verdadero rey.