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Mascarada - por Moona

Web: http://moonanet.blogspot.com.es/

No le apetecía nada, pero estaba indefenso ante el pertinaz Lucas, no solo porque fuera gigante, sino porque era su mejor amigo, y finalmente decidió no malgastar la energía en batallas perdidas. Iría a la fiesta de máscaras, y lo haría por Lucas, pero no tenía intención de quedarse mucho.

— ¿Qué me pongo? ¡Es este sábado! —murmuraba Adrián mientras rebuscaba en el armario.

Su insistente negativa a ir se debía a la reciente ruptura con Alba. Desde que la conoció y durante casi un año, habían sido inseparables y felices hasta que, hacía tres meses, había surgido otro que sumió a Alba en un mar de dudas y planteó dejarlo. Él decidió que era el fin, que no iba a quedar en el banquillo, esperando por si el nuevo jugador era expulsado y él volvía a entrar en el juego. Fue como un mazazo y aún la quería. Todo estaba tan reciente que no le apetecía nada hacer sociedad.

Tras algunas llamadas a amigos consiguió ropa elegante, de corte medieval y una preciosa máscara forrada en raso negro. Completado con su melena, el conjunto quedaría redondo.

Y llegó el sábado. Adrián salió de la ducha y se secó rápidamente. Se afeitó y se arregló un poco las patillas. Entró en la habitación, donde las prendas, dispuestas sobre la cama, esperaban a cobrar vida. Se vistió, ajustó bien los blancos puños de vuelo, que asomaban por la manga de la levita morada, y se puso un vistoso pañuelo color mostaza en el bolsillo superior. Se colocó la máscara. ¡Listo! Estaba impactante. Sonrió satisfecho a la imagen que le devolvía el espejo.

Llegaron ya empezada la fiesta. No querían ser de los primeros y, cuando aparecieron, el inmenso salón bullía de conversaciones, risas y movimiento. El anfitrión no había reparado en gastos, su fortuna se lo permitía. Los camareros pasaban bandejas con exquisitos canapés y excelentes vinos. El champán soltaba las lenguas y quebraba posturas. Tras un rato, Adrián, despistado por Lucas, se encontraba solo, pero relajado y disfrutando. Divisó a unos metros a una sugerente pelirroja vestida de verde, que en ese momento apuraba su copa. Sin dudarlo, tomó de la bandeja que pasaba dos copas al vuelo y se acercó a ella.

— ¿Más champán?—dijo tendiéndole una.

— ¡Claro! Pero brindá conmigo —aceptó ella con una sonrisa y marcado acento argentino.

Iniciaron una charla, superficial al principio, algo más personal después. Las máscaras ocultaban sus rostros, pero la boca de ella, siempre sonriente, enmarcada por la impresionante melena, le tenía rendido. No podía dejar de pensar en besarla. Bailaron, bebieron, rieron… Adrián se había quitado la máscara, incapaz de soportarla por más tiempo, pero Selena aún la conservaba y su rostro era aún un misterio.

El tiempo había pasado volando y en contra de las intenciones iniciales de Adrián, la cosa se había alargado y fuera del palacete pronto amanecería. Selena le tenía embrujado. En un arrebato, Adrián propuso salir a ver el amanecer sobre el mar, y al poco, descalzos los dos, pisaban la fina arena de la playa, aún fría a esas horas. Caminaron un rato y se sentaron a ver despuntar el día junto al espigón, al resguardo de miradas curiosas.

— ¿Puedo ver tu rostro ahora? —preguntó Adrián dulcemente.

Selena se llevó las manos a la cabeza con delicadeza y, despacio, se retiró la máscara. Adrián quedó mudo al ver ante sus ojos a una desconocida Alba, pelirroja y diferente, y se levantó, pero ella lo detuvo tomando su mano.

— Adrián, por favor —ya sin falsear su voz—, escúchame.

Le explicó que realmente no hubo nada con el otro, ni con nadie, pero conociéndole, sabía que no podría llamar a su puerta sin más. Acudió a Lucas y le convenció para que lo llevara a la fiesta. Necesitaba acercarse y tantearle de incógnito.

¬— Me ha venido bien este tiempo, he meditado mucho. Sé que te echo de menos y que te quiero.

¬— Alba, no es tan fácil. Lo he pasado muy mal. Tengo miedo, pánico más bien, de que vuelvas a dudar…, de dudar yo mismo.

— Te entiendo, amor. Yo también. Pero hay que vivir el ahora. El miedo no puede atenazarnos, sino darnos alas. ¿Te… atreverías a intentarlo de nuevo?

Adrián respiró hondo y cerró los ojos unos segundos. Al abrirlos, la atrajo hacia sí y, por toda respuesta, le dio el mejor beso que tenía, uno lleno de esperanza.