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Ecos y recuerdos. - por Edgardo Sandoval

Web: http://www.sandovaledgardo.blogspot.com

Los reconoció en la multitud, aun bajo las exóticas máscaras que todos en el salón llevaban. Entonces sintió miedo.
Hacía años que no volvía hasta allá. Sentado en una de las bancas de la Plaza Brasil se dio cuenta que a su alrededor todo cambiaba, desde la hoja que un día brilla verde y luego yace muerta en el piso, hasta la constante renovación del personal de aseo municipal. La vida cruzando las fronteras de la suya, era una inexorable secuencia de violentas e impredecibles permutaciones. Se sintió triste porque después de tantos años, 8 para ser exacto, era normal que los recuerdos le hicieran sentir que una parte de sí mismo ya no existía, y que además la actual ya comenzaba a ser distinta. Se levantó y comenzó a caminar, habían pintado nuevamente el exterior del Galpón Victor Jara y sobre la puerta principal un gran cartel clamaba justicia por Victor. Desvió la mirada ahora a sus pies y siguió caminando. El calor le azotó punzante la nuca y sintió sed al patear una tapa metálica de Báltica que se camuflaba entre la gravilla. Recordó nuevamente, esta vez los tiempos colegiales con Miguel. Las chelas destapadas bajo un árbol en esa misma plaza y el pito que se esfumaba entre ambos con su denso olor verde. Se sentó un rato en el pasto frente a la pileta, esperanzado de que algunas gotas le mojaran la cara. Se sintió viejo, estaba solo, pero por fin algo le parecía que había sobrevivido al paso del tiempo. Otros niños, pero la misma guerra capitalina contra el calor. La pileta se transformaba en el oasis en medio de ese desierto gris de pavimento en lugar de arena y grandes edificios en lugar de llanura. Hasta media docena de cabros chicos se cree en el mar y no les importa ser la postal pintoresca del que los ve con raros ojos. Surgen los amigos improvisados que luchan con agua y ninguna armadura más que sus torsos tostados, se ponen de pie para sacarse el calzoncillo mojado del poto y no existe la vergüenza, pero no importa porque en ese instante están viviendo más que cualquier persona que camina a su lado observándolos con desdén. Desvió nuevamente la vista, esta vez hasta las antiguas viviendas de la calle Compañía. Suspiró profundamente.
Al llegar se sintió absurdo mientras avanzaba por el pasillo, pero poco a poco dejó atrás la timidez al encontrarse con una masa de gente con el rostro cubierto igual que él. Muchos eran desconocidos, amigos de los amigos, vecinos o familiares del cumpleañero. No importaba realmente. A Lucía la reconoció apenas entró. Podría haber estado usando una burka y la reconocería solo por sus ojos, aunque ahora no bastó más que ver sus labios sonreír a su llegada. A ella tampoco le resultó difícil. Se besaron y silenciaron por unos segundos la algarabía a su alrededor. Miguel, el cumpleañero, lo reconoció a la distancia e inmediatamente se le acercó llevándole una cerveza la cual recibió luego de darle un fuerte abrazo. Al grupo acudió luego de unos minutos Emilia, la novia de Miguel y los cuatro se mantuvieron conversando, bebiendo y riendo durante algunas horas. En medio de la conversación y de manera fugaz se sintió mal, angustiado, como si de la nada un terrible peso se hubiese depositado sobre sus hombros. Se alejó del grupo y se fue a sentar a uno de los sillones. Ahí permaneció largos segundos contemplando a la gente divertirse, grupo de personas sin forma, máscaras como las que ocupan siempre, solo que ahora más evidentes. Y entre ellos estaban las personas que más quería. Era miedo. Miedo al destino insondable que podría arrebatárselos. Miedo a quedarse solo sin apenas darse cuenta. ¿Qué pasa compadre? Le preguntó Miguel preocupado. No quiso responder y se puso de pie y volvió a unirse al grupo, llevaba ahora una nueva máscara: La de la sonrisa para callar los miedos.
Caía la tarde, los niños se vestían y pensó que él también debía partir. Suspiró nuevamente. Habían pasado 8 años desde entonces, ya no los veía ni sabía de ellos. Todo cambio en un segundo pensó y comenzó a caminar, con el miedo que nunca se fue, escondido como siempre bajo una máscara.