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NOCHE DE CARNAVAL - por Marta

NOCHE DE CARNAVAL

Febrero había llegado y con él las vacaciones, ese entretiempo de ilusión que es saboreado de antemano durante las duras jornadas de invierno.
Días antes había declarado a viva voz que ese año pasaría mis vacaciones entre las cuatro paredes del departamento, disfrutando de no hacer nada.
Unos amigos me convencieron de lo contrario. Iríamos al Carnaval de Río. Todos rondábamos los treinta y pico y sabíamos que sería una de las últimas oportunidades de viajar solteros, sin ataduras ni responsabilidades familiares.
Era mi primera visita a la ciudad más promocionada de Brasil. Y no ocurría sólo por sus carnavales. Era magnífica por donde se la mirase. Había tanto color y sonido que apabullaba. Los sentidos no tenían un instante de sosiego y eran incitados a cada momento.
El ambiente era de fiesta. Las comparsas que participarían de los desfiles en el Sambódromo, ensayaban sus cuadros y danzas, dándonos un anticipo de lo que llegaría en los días posteriores.
A pesar de la alegría que nos envolvía, en mi interior anidaba un recelo, algo oscuro e indeterminado que no me dejaba saborear a pleno lo que me ofrecía el lugar.
Trasmití a mis amigos esa sensación vaga pero insistente y ellos me dieron todo tipo razones para desecharla.
Transcurrieron los días con rapidez. No permanecíamos en el hotel más que para reponer energías unas pocas horas por noche. El resto del tiempo se repartía entre caminatas por playas extensas, de arenas finas y calientes como la sangre de los que por allí transitaban; acercamiento a las variaciones culinarias de la zona y sobre todo salidas nocturnas para hacer amistades y confraternizar con los lugareños.
Mi inquietud fue disminuyendo a medida que me amoldaba a la nueva rutina, esa maravillosa posibilidad de no tener nada planificado y no ser esclavos del tiempo.
Reservamos la última noche en Río para admirar el espectáculo mayor de los carnavales de Brasil. La multitud nos rodeaba y formábamos parte de una masa inquieta y desenfadada que se movía al compás de la música.
La energía trasmitida y proyectada por cada uno de los bailarines y el eco del público generó una especie de éxtasis compartido y multiplicado. Éramos una entidad que se sacudía en forma cadenciosa y mágica.
Los participantes de las distintas Escolas ya habían realizado su último desfile frente al palco oficial, donde las autoridades del evento harían su votación.
La tensión se podía oler. El caudal de fervor y pasión puesto en el espectáculo desbordaba los límites de la realidad.
Hacía rato que me sentía mareado y empujado por los vaivenes de la multitud. Ni siquiera conservábamos nuestros lugares de inicio. Muchos bajaban las gradas para incorporarse al baile general y nos arrastraron con ellos.
Luego de una larga marcha entre cánticos y risas llegamos al final del recorrido. A esa altura la multitud comenzaba a desperdigarse hacia diferentes destinos. La mayoría seguiría la fiesta en los locales dispuestos para tal fin a lo largo y ancho del casco céntrico.
Busqué a mis compañeros de aventura y no vi a ninguno de ellos. El resquemor olvidado en los primeros días volvió con más fuerza y los prejuicios hicieron su trabajo. Estaba en un lugar extraño, sin saber demasiado el idioma y rodeado de caras que ya no se me antojaban tan simpáticas.
En las inmediaciones había poca luz y ningún negocio que me permitiera hacer averiguaciones. Caminé sin rumbo por calles estrechas y sinuosas, me crucé con personajes desfigurados por máscaras grotescas. Cuando mis fuerzas se agotaron me deslicé hacia el suelo y apoyado contra una pared descascarada me sumí en un sueño poblado de pesadillas. Cuando el sol estaba en su plenitud desperté. Mi cabeza era un volcán a punto de hacer erupción. Me prometí no volver a probar caipiriña por el resto de mi vida.
Algunos transeúntes me dirigían miradas curiosas. Como pude me incorporé y al tratar de cruzar la calzada un vehículo policial me interceptó.
-¿Usted es fulano de tal?- me preguntaron en un correcto español.
-Sí, ¿qué ocurre?- contesté con recelo.
-Nada amigo, lo estamos buscando desde anoche, sus compañeros de viaje están muy preocupados por usted. Lo esperan en el aeropuerto, y si no nos damos prisa, perderá su vuelo.
Respiré aliviado. Las cosas volvían a su orden natural y las vacaciones llegaban a su fin.