Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Carnalval - por Tania A.Alcusón

Web: http://www.catalogodehumanos.blogspot.com

Se acercó lentamente al espejo y descubrió que con treinta y cinco años todavía se sentía atractiva. Apretó los brazos caídos contra el torso mientras sonreía mirándose el escote turgente y las curvas de las caderas. Francesca lo había olvidado intentando luchar cada día contra sí misma, contra la vida y contra cada obstáculo que se le presentaba mientras miraba siempre al frente.
Su plan le parecía divertido como hacía tiempo que no le divertía nada. Y saliendo del probador le dijo con indiferencia a su amiga Eira que no encontraba nada. La mintió diciendo que no aceptaba su invitación y se fueron a casa.
Le parecía mentira dejar a Hugo con sus abuelos para poder disfrutar de una noche para ella sola, como en los viejos tiempos, antes de casarse, tener al niño, separarse y vivir en su burbuja, como le ocurría últimamente. Después de un par de años desde su separación no había vuelto a ser la misma. Estaba encerrada en sus temores, conteniendo sus ganas de vivir por miedo a perder su identidad de madre "separada pero formal". Compañeras de trabajo y amigas de toda la vida llevaban varios meses tratando de hacerla cambiar de opinión, pero Francesca vivía reprimida, no había un plan digno de crédito para ella y cada vez se iba marchitando más y más.
Pero esta vez, secretamente, el plan la había hecho cambiar de opinión. Una fiesta de disfraces, con motivo de los carnavales,en casa de unos amigos de Eira le habría parecido algo descabellado en cualquier otro momento, por eso resultó tan fácil la mentira. Pero ya empezaba a echar de menos volver a salir y pasarlo bien. Y ahora, la premisa de tener que llevar puesta una máscara en todo momento como algo impuesto, realmente la excitaba: podría esconder a la aburrida Francesca. La dejaría en casa para sacar a… No lo sabía muy bien, pero cada vez tenía más ganas de descubrirlo. Se sentía como cuando tenía veinte años y el hecho de saberse deseada por miradas extrañas le resultaba tan divertido. En este caso, el hecho de presentarse en la fiesta a escondidas, de manera independiente a su propia amiga, hacía de todo esto una travesura de lo más apetecible. Sería una completa desconocida.

Comenzó el juego y, mientras esperaba a que le abrieran, sola y con la máscara perfectamente fijada a su rostro, pensaba una presentación rápida y locuaz para colarse dentro sin despertar recelos.
—Amiga de Eira, sin ella vendrá y en esta fiesta de máscaras la encontrará. ¿Será usted tan amable de dejarme pasar?— hizo una reverencia y tras su máscara pestañeó varias veces seguidas en señal de exagerado coqueteo.
El chico de la puerta, sorprendido, se echó a reír y la dejó pasar. Fue muy fácil. Francesca se encontraba plena de ánimo, con una confianza que, si bien nunca la había abandonado, sí estuvo mucho tiempo relegada a un segundo plano tras su miedo al fracaso.
Ya dentro, con la música a tope y el ambiente bastante caldeado por el alcohol, lo primero fue localizar a Eira para mantenerse fuera de su alcance y así poder comenzar su particular fiesta. Bailó, rió y habló con extraños, siempre parapetados tras sus máscaras, como las normas del evento imponían. Francesca se contoneaba al son de las canciones sola, no necesitaba un grupo para bailar tranquila; saberse desconocida le resultaba tranquilidad suficiente. Hasta que, de repente, sintió a alguien bailando pegado a ella por detrás. Entonces todo su cuerpo se encendió. Sintió cómo volvía a la vida tras el letargo. Movimientos sensuales muy pronunciados acercaban sus caderas a esa pareja de baile desconocida, mientras él la sujetaba con firmeza por la cintura. Las manos vastas y la mirada penetrante a su cuerpo tras la máscara le delataban como hombre. También su cadera buscaba el contacto de ella abordándola despacio pero determinante… En uno de los lavabos de la planta superior siguieron su baile privado. No hubo palabras, sólo gemidos suaves que les incitaban a seguir el compás pactado. Tampoco hubo besos, ni nombres. Apenas hubo caricias con ternura: una última al terminar, sobre las máscaras, ahora más necesarias que nunca. Fueron apenas unos minutos. Intensos, locos, excitantes. No hicieron falta más. Francesca no necesitaba más de esa noche.

Fue a la fiesta descreída de la vida, creyendo que ya no tenía nada más por descubrir, y esa noche se encontró a una Francesca desconocida. O quizás parapetada por una máscara…