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Esos ojos peligrosos - por Daniel Santos Oliván

Encara la larga serie de escaleras sin detenerse un solo momento. Llega tarde y lo sabe. Por un instante, su toga reposa a apenas unos milímetros de su pisada. Nunca se dará cuenta de lo cerca que ha estado de tropezar y desencadenar una caída que, seguramente, hubiera sido fatal. No piensa en esa posibilidad pero podía haber llegado a la planta baja, ya muerto, sin que nadie en el edificio se hubiera enterado y haber yacido allí tendido durante horas antes de que alguien le hubiera echado en falta.

Completa su subida sin incidentes cuando ve una raja de luz saliendo de la puerta del piso. Temía que la fiesta hubiese generado tal alboroto que nadie escuchase su llamada. Aunque al principio le pareció gracioso, su disfraz ahora le parece infantil y poco adecuado. Un larga toga azul con estrellas plateadas coronada por un sombrero de copa le delataba como el típico mago de los cuentos infantiles. Estaba seguro de que todos se habían esforzado con sus disfraces y que hablarían durante horas sobre ellos y sobre el mucho trabajo que habían invertido. También sabía que todos lo mirarían, a escondidas por supuesto ya que su hipócrita educación no les permitía otra cosa, y se reirían de su disfraz alquilado en la tienda de la esquina a última hora.

Asoma la cabeza girando levemente la puerta para encontrar la habitación que descubre totalmente repleta de gente. Reparte besos y otros falsos gestos a la gente que conoce y poco a poco comienza a sentirse mal. No nota ningún dolor concreto pero sin embargo tiene una sensación de malestar general que no puede ignorar. Se escusa con un leve gesto hacia sus interlocutores y se dirige hacia la mesa de la bebidas. Sirve abundante ron sobre un vaso con hielos y lo riega con coca-cola. Piensa que eso le calmará.

Recorre con su mirada la sala repleta de gente y le cuenta reconocer a la mayoría. Eso no le gusta. Lleva algunos días algo arisco y no quiere tener que relacionarse con gente que no conoce. Eso le parece una perdida de tiempo. Para él relacionarse tiene que ser una manera estimulante de intercambiar ideas o pensamientos y al hacerlo con gente desconocida eso debe quedar atrás ya que lo importante es cuidar las palabras para no decir cosas que potencialmente puedan disgustar al interlocutor. Aunque otrora eso mismo le había parecido un juego del despiste, una manera de cambiar por un rato tu manera de pensar, últimamente le daba muchísima pereza pensar en ello. Sigue mirando la sala intentando descifrar los ojos que sobresalen de los rostros cubiertos. Observa algunos ojos ansiosos que buscan aquello que saben no van a encontrar. Otros son joviales y relajados esperando esa noche que los llevará a olvidar la tediosa semana. Por un momento intuye un par de ojos que le observan fijamente con una mirada fría y peligrosa. Intenta volver a encontrarlos pero el rostro que los sustentaban enseguida se pierde entre la multitud. El malestar que casi había olvidado se multiplica y le hace tambalearse. Una mano anónima se preocupa mediante un murmullo indescifrable a lo que el responde con un ligero aullido sintiendo la necesidad de moverse de ahí rápidamente. Poco a poco deja de ver la fiesta y los ojos peligrosos llenan toda su mente. Son lo único que existen para él. Sólo sabe que necesita encontrarlos. Recorre ansioso la sala derramando varias bebidas por el camino mientras la gente parece ignorarlo. De repente, y sin ver de donde, los ojos le encuentran sujetándole la mano. Le aguantan la mirada por unos segundos pero antes de que él pueda preguntar por qué siente un ligero pinchazo en pecho. Nota la aguja salir lentamente de su cuerpo mientras su mirada se oscurece todavía más. Intenta localizar esos ojos, ahora malditos para él, pero los ha perdido de nuevo. Se desploma al tratar de esgrimir un grito de dolor mientras toda la multitud comienza a abalanzarse sobre él, movidos por la preocupación y la curiosidad a partes iguales.

El mundo se apaga.