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Bridget a la española - por Abbey

Cuando la gerencia de la empresa decidió dar un giro en la filosofía de la empresa y cambiar el equipo de dirección en pleno, todos nos sorprendimos. Pero el cambio resultó positivo en mi opinión: gente nueva, joven, con ideas novedosas y cuya máxima era la de: “crear equipo”. -Aumentar los lazos interpersonales para trabajar todos a una- decían. Y para ello, la última de sus ideas fue la de llevar el carnaval a la oficina. Una fiesta de disfraces a última hora del viernes: participación obligatoria.
Si lográbamos relajarnos y disfrutar no nos vendría mal. Los últimos meses habían sido agitados con la reorganización de personal y algunos despidos, que habían enrarecido el ambiente en la oficina y, a veces, parecíamos más presos en celdas que compañeros de trabajo.
Dos temores golpearon en mi frente y consiguieron entrar sin ser invitados. El primero, la temática de la fiesta: personajes de cuentos infantiles. «¡Pero bueno, una cosa es animar al personal y otra muy distinta es que el jefe administrativo se enfunde en unas mallas ajustaditas verdes para volar al País de Nunca Jamás!». Por nada del mundo querría hacer el ridículo delante de toda la empresa. Finalmente me decidí por el manido disfraz de Caperucita Roja. «El límite entre el entusiasmo por participar de la reunión y el hecho de parecer una chica alegre lo marca el largo de la falda»razoné; así, que con unas tijeras me afané en soltar el dobladillo para que la tela alcanzara a tapar el principio de las rodillas. No quería parecer una Bridget Jones a la española.
El segundo de mis miedos era comportarme con dignidad. No me llevo bien con el alcohol. Un par de copas de champagne y el universo no tiene barreras para mí. «Tengo que controlarme. Sólo una copa al principio para superar la vergüenza»me repetía.
Cuando terminamos la jornada laboral y todo el mundo abandonó sus puestos para ir a disfrazarse, corrí al baño a prepararme junto con unas compañeras. Haciendo gala de una inesperada cobardía, nos atrincheramos en el retrete esperando para no ser las primeras en entrar.
La sala que se había preparado para el evento lucía espectacularmente decorada con flores reales, árboles de cartón piedra y hasta un arco de madera que hacía las veces de entrada al castillo que era la pista de baile. No se podía negar que se lo habían currado. Entramos en la sala en grupo, pero la recepcionista de la quinta planta, metamorfoseada en La Bella Durmiente, nos dirigió a un micrófono situado sobre una plataforma.-Os tenéis que presentar de uno en uno, diciendo vuestro nombre, la planta en la que trabajáis y cuál es vuestro personaje- ordenó mientras se alejaba sonriendo para reclutar nuevos incautos.
Por si aquello no fuera suficientemente humillante, una irónica jugarreta del destino hizo que mi turno de presentación fuera el inmediatamente posterior al de …¡otra Caperucita Roja!, sólo que ésta debía ser la versión 2.0 que incluía melena rubia de impecables bucles, ojos arrebatadores y piernas tan largas como el invierno. Y por si fuera poco, debajo de esa capa se escondía la despampanante ayudante de dirección del director general. Me fue imposible ignorar las sonrisas socarronas en los rostros de mis compañeros.
Pedí un mojito para celebrar mi “buen” comienzo y conseguí hacer desaparecer mi turbación. El bingo y los juegos hicieron milagros en el ánimo de la gente, incluido el mío, y la pista de baile se empezó a llenar. Incluso me atreví a palmear las nalgas de un “príncipe encantador” sólo para descubrir que no correspondían a mi compañero de mesa sino al director comercial. No sé si fue peor su expresión de asombro o el sonrojo de mi cara totalmente a juego con mi disfraz. Regresé a la barra y seguí brindando por mi suerte.
Ya no recuerdo en que momento de la noche se acercó el lobo feroz diciéndome:-tengo los dientes tan grandes para comerte mejor, ¿puedo?-. A esas alturas de la fiesta y aconsejada por el alcohol, semejante declaración me pareció de los más apasionada y agarrándonos de la mano nos dirigimos al baño. Cuando mi capa y mi minifalda se esparcían por el suelo, la puerta del baño se abrió tan de improviso que no pudimos reaccionar. Sólo nos dio tiempo a ver una espalda que se alejaba y a oír una sonora carcajada.
-Mañana toda la empresa se va enterar de esto-suspiré resignada. – Por lo menos no podrán decir que no creamos equipo.-