Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Trágico carnaval - por Marcos

Recobro el conocimiento y no sé donde estoy, no consigo enfocar la vista más allá, mis párpados se rinden cansados. Palpo la tierra con las manos: estoy tumbado bocabajo en el suelo. Intento incorporarme y noto el peso de mi cuerpo, me doy la vuelta despacio y veo una estrella brillando intensamente. Intento mirarla fijamente pero me mareo un poco, creo que voy a vomitar… Sabor agrio y amargo en la boca, consigo sentarme y veo mi ropa sucia, muevo lentamente las piernas y el resto de mi cuerpo. Está anocheciendo pero todavía hay suficiente claridad, estoy en mitad de un descampado lleno de cardos y margaritas; consigo ponerme de pie, tengo que caminar, debo aprovechar mientras quede algo de luz. ¡Estoy tan desorientado!, no consigo recordar nada por más que me esfuerzo, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿qué me ha pasado? ¿qué hago disfrazado? Sigo andando con cuidado y oigo el chirriar de unos pájaros que surcan el cielo. Creo escuchar un llanto lejano, miro hacia todas partes y grito: ¿Hay alguien ahí? Nadie responde. Se me acelera el pulso, sigo oyendo el llanto y voy hacia él. ¿Dónde estás?, vuelvo a gritar, ¡No puedo encontrarte!. Ahora sí, lo oigo claramente y avanzo decidido, detrás de un arbusto de margaritas hay una niña llorando. Me siento a su lado en el suelo y la cojo en brazos, la abrazo y le susurro: “No llores más, tranquila, todo ha pasado”. Hay algo en ella que me resulta familiar, limpio con mis manos su cara llena de mocos y lágrimas, la niña me mira con el corazón encogido y, entre sollozos, intenta decirme algo que no alcanzo a comprender, solo he entendido la palabra mamá. “Tranquila, vamos a ir a buscar a tu mamá, le digo, no llores más”. Ella mueve de arriba abajo su cabecita mientras se restriega los ojos con las manos sucias y se pone de pie. El día oscurece por momentos, cojo a la niña de la mano y comenzamos a andar, le pregunto cómo se llama; luego, levanta su brazo señalando algo con su dedito, miro hacia allí y distingo una columna de humo negro. Mientras caminamos hacia la humareda empiezo a oír lejanas sirenas, de pronto, algo me deslumbra a unos veinte metros a mi derecha y me acerco hasta distinguir una gigantesca pieza metálica, me aproximo con recelo… ¡Dios mío! ¿qué es esto? ¡Hay trozos de metal quemado por todas partes!, la sangre se me va helando por momentos y empiezo a comprender… Sin pensarlo dos veces cojo a la niña en brazos y la pongo de espaldas a todo, no quiero que vea esto, es espeluznante. Le digo a la niña que cierre los ojos, me tiemblan las piernas pero hago un esfuerzo por seguir avanzando mientras se agolpan imágenes en mi cabeza que intento ordenar… Veo dos o tres coches destrozados. La niña es la hija de mis vecinos, yo les convencí para que me acompañasen todos a la fiesta de disfraces de mi trabajo. Hay cuerpos inmóviles en el suelo, no sé si están vivos o muertos. Íbamos juntos en mi coche. El ruido de sirenas se hace más fuerte y claro. A cincuenta metros de mí distingo perfectamente la silueta torcida de la parte delantera de mi Audi, hay bomberos y policías por todas partes. Personas portando camillas corren de un lugar a otro. Todo es un caos. Me voy acercando a lo que queda del automóvil, es como si alguien lo hubiese partido en dos. Su aliento a quemado me golpea en la cara. Alguien grita “¡aquí! ¡aquí!” y dos hombres acuden corriendo hacia él, entonces yo grito “¡aquí, por favor, aquí!, ¡esta niña!” pero no me oyen, creo que ni siquiera me han visto. Sujeto más fuerte a la niña mientras avanzo por el estrecho camino, el olor a gasolina condensa el aire, llego hasta lo que queda de la parte trasera y veo a la niña allí sentada, sola, su grácil cabecita torcida en un ángulo imposible, siento como su cuerpo se desvanece entre mis brazos, me miro incrédulo las manos vacías y grito: ¡Noooooo!. Avanzo despacio y con miedo hasta alcanzar la parte del conductor, y sí, efectivamente estoy allí, con mi disfraz quemado y roto por mil sitios, el pelo cubre mi cara como si quisiera ahorrarme esa máscara de horror, metales retorcidos se incrustan en mi cuerpo roto pero no siento dolor…