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El asesino de payasos - por klaw

El sol del atardecer permitía hermosos colores en el cielo caribeño. En la terraza del apartamento del piso 23, Rosi disfrutaba del viento en su rostro y el inmenso paisaje que le regalaba el mar al frente suyo.

La combinación de rojos y amarillos en el cielo, cada segundo se extendía sobre el horizonte y la brisa marina se hacía más fuerte. En unos minutos llegaría el ocaso y traería el velo de la noche sobre la ciudad de Barranquilla. Sin embargo sólo la oscuridad diferenciaba por esos días la noche del día. La locura del carnaval disfrazaba la noche de música, parranda y exceso de colores.

Rosi visitaba la ciudad por primera vez decidida a dejar en su cámara fotográfica los registros del maravilloso evento y adicional a su excusa artística, quería conocer el mar en compañía de su amado.

Ya había capturado algunas escenas casi teatrales de las comparsas y de los adornos de las calles de la ciudad, había demasiado color, demasiadas máscaras sin forma y demasiados bailarines. Era el derroche del color.

Juan, el ser amado de Rosi, estaba bastante molesto por el viaje sorpresa que le había programado su novia. Él no era de planes carnavalescos, antes bien él odiaba los colores y las máscaras y estaba bastante incómodo y además enojado por estar allí cumpliéndole un capricho más a su mujer.

Sin embargo sufría con paciencia, casi como mártir, esperando que pasara un día más para regresar a su ciudad natal. Rosi sin embargo ignoraba la molestia de su novio. Y después meditar un rato frente al ocaso, se dirigió a Juan:

̶ ¿Puedo saber qué te pasa? Te he notado molesto desde que llegamos al hotel.
̶No me dijiste que veníamos al Carnaval. Sabes que no me gustan este tipo de eventos.
̶Pensé que sería divertido. ¿Por qué no te gustan los carnavales?
̶Odio los payasos.
̶Pero no estamos en el circo.
̶Es lo mismo. El carnaval es un circo en la calle.

Rosi se quedó helada, casi petrificada por la mirada congelante que le lanzó Juan. Ella no comprendía la razón de su odio, así que continuó con su entrevista torturante a pesar de las consecuencias.

̶ ¿Existe alguna razón por la que odies los payasos?

Juan la miró incrédulo, casi con la intención de pararse de la cama y largarse de una vez para el aeropuerto y dejarla allí con sus tontas preguntas. Sin embargo si no le respondía de una vez, ella seguiría preguntando hasta desesperarlo. Así que le respondió secamente y sin mirarla de frente.

̶Los odio porque me asustan. Me dan pánico, náuseas y ganas de salir corriendo. Todo empezó cuando era pequeño: una de mis tías me regaló un payaso relleno de algodón, un muñeco hecho a mano. Con su vestimenta colorida, sombrero verde y cara pintada. Una bola roja por nariz y pelo largo de lana amarilla. Esa figura era demoniaca y para colmo mi madre le anudó un cordón del cuello y justo lo colgó al frente de mi cama, por lo que cada noche antes de dormirme tenía que verle esa cara horrorosa a ese monstruo ahorcado. No me gustaba verle la cara luego de apagar la luz de la habitación; La oscuridad lo convertía en el diablo. Por eso muchas veces prefería envolverme en las cobijas y taparme la cara. Ese payaso me estaba volviendo loco en mi infancia. Así que un día decidí asesinarlo. Me colgué de él con ira y empecé a sacarle su relleno de algodón y tela, le arranqué las manos y los pies, la nariz y cada uno de sus cabellos de lana. Finalmente le arranqué la cabeza. Cuando mi madré vió mi destrucción no tuvo ms remedio de desecharlo. Yo había destruido la razón de mi locura, sin embargo no pude acabar con la fuente de mis miedos. Por eso no me insistas que salga y vea el circo callejero, quizá termine de verdad convertido en asesino de payasos. Y la verdad… amor, no quiero ir a parar en la cárcel.

Sari se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos, guardó silencio un rato sin dejarlo de mirar. Luego ambos se miraron frente a frente y estallaron en risas.

Sin embargo, Juan guardó silencio un instante y dijo seriamente:

-Lo digo de verdad.