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Il Mare di Rose Bianche (El Mar de Rosas Blancas) - por Abraham Darias

Web: http://abrahamdarias.wordpress.com

La Serenissima la dirigía Andrea Gritti, Dux de Venecia desde el año que nos ocupa, 1.524. Fruto de un matrimonio corrompido por los deslices de aquél nació Cinzia, hermosa princesa de tez blanca como los mármoles de las estatuas del Palacio Ducal, de mirada dulce de ojos marrones y diminutos como sus labios, que también eran finos y delicados como su apariencia. La mañana de su decimosexto cumpleaños Gritti sorprendió a Cinzia despertándola de su letargo con la excusa de estar tejiendo una sorpresa para ella. Cinzia anduvo con rápidos pasos el largo pasillo abovedado que le llevaba a la escalera adyacente al patio interior por la que se accedía a la sala de costuras; posó sus infantiles manos sobre la puerta y empujó con excesiva ilusión, entrando en la estancia a punto de caer de rodillas al suelo. Cuando logró alzar la vista se encontró frente a la espalda de la hilandera, quien retrocedió con dos grandes pasos a un lado dejando visible un fino vestido de seda verde oscuro, con hombreras abombadas y ceñidas desde el codo a la muñeca, con decoración dorada a su alrededor; el cuello era bastante abierto y formaba una sola pieza con el corsé y la doble falda.

El servicio de palacio había preparado el Gran Salón del Dux para el banquete de martes de Carnaval: 20 mesas circulares con cabida para 10 comensales cada una, además de las reservadas para el Consejo de los Diez y una habitación donde se les daría de comer a músicos y artistas. Cinzia había quedado en verse con el resto de la juventud noble que había asistido a la fiesta: por lo general, amigos. Accedieron al Gran Salón y se mezclaron en el baile de máscaras. Ellos, de entre la ignorancia común, eran, por estatura y formas, distinguibles a los ojos adultos que bailaban alrededor de manera geométrica: pasos estéticos y marcados saludos y cortejos. Acabada la danza, el grupo de inquietos jóvenes dejó el Gran Salón y anduvo silencioso hasta el patio central, donde siguieron, ahora con cómica destreza, imitando el cortejo de los adultos. Uno de ellos interrumpió bruscamente el juego y quedó mirando al alto de la escalera; señaló con el dedo y todo el grupo giró a ver qué ocurría: apoyada la espalda en una columna distinguieron la figura de un niño, de nariz afilada y más grande de lo normal. Al verse descubierto giró sobre sí mismo, rodeando la columna para esconderse de las miradas. Corrió el pequeño grupo escaleras arriba hasta llegar al pasillo donde, supuestamente, debían haber encontrado la figura que se ocultaba. Para su sorpresa, ésta también había adelantado unos pasos su posición.

La oscura figura había seguido escondiéndose del perseverante grupo perseguidor hasta el punto de verse obligada a salir de palacio por entre los jardines. Y allí que le siguieron Cinzia y los demás, cruzando seguidamente a pie las adoquinadas calles que desembocaban en el Puente de Rialto. En la extensa subida Cinzia no pudo continuar en grupo la persecución de su escabullido entretenimiento. Alcanzada la zona llana del puente vio cómo su grupo se desvanecía puente abajo. Cinzia era una tenue luz en mitad de la oscuridad del puente. El tímido oleaje del Gran Canal rompía contra las paredes, dejando suspendido un sonido hueco y lúgubre. La brisa salina le helaba las manos y el pecho, por el que notó un latir fuerte y acelerado; aspiraba y espiraba repetidas veces de manera continua. La sombría soledad le hizo decidirse a volver sobre sus pasos hacia el Palacio Ducal. El eco agudo del tacón sobre el adoquín enmudeció con el sobresalto de Cinzia al ser sorprendida agarrada de un brazo, y de espaldas contra la madera de lo alto del puente cayó al Gran Canal. Un joven gondolero, llegado frente al puente, divisó a su lado burbujas en ascenso, y dejando la góndola a la deriva se zambuyó para lograr el rescate. La noche era cerrada y la luna parecía haberse escondido para no ser testigo del crimen.
Cuenta la leyenda popular que a las puertas del Palacio Ducal, la misma noche del martes, el Dux encontró un ramo de rosas blancas atado con un lazo verde; y una máscara. Desde entonces, el pueblo, en sentido homenaje y respeto hacia el Dux, acude cada martes de Carnaval a lo alto del Puente de Rialto y lanza una rosa blanca al Gran Canal; o como se le conoce por los nativos, Il Mare di Rose Bianche.