Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

El Carnaval de Manuel. - por Patricia

Web: http://patriciandromeda.wordpress.com/

Si hace tres años le hubieran dicho que se vería en esta situación, no se lo hubiera creído jamás. Él, un murciano sin más pretensiones que cuidar de la huerta y acabar sus estudios, con las mismas ansias de viajar que de aprender macramé, ¿cómo había terminado chapoteando en pleno canal veneciano durante los carnavales?
Su nombre era Gina… la morenaza de ojos verdes más guapa que había visto jamás. La abordó en el bar del pueblo y fue amor a primera vista, seducción a primera palabra, fogosidad a primer beso y pasión a primer… Todo eso en una sola noche, y a la mañana siguiente ya se habían jurado amor eterno. Cuando llegó el momento de regresar a casa, él, Manuel, el hijo de Antonio y Guadalupe; tardó escasa media hora en hacer el petate y seguir los pasos de su Gina hasta Venecia, su ciudad natal.
El principio, como todos los inicios, estuvo más basado en la pasión que en la razón; y por eso a nadie le importó que Manuel ya tuviese bastante con aprender italiano y ganarse un dinerillo impartiendo clases clandestinas de español a truhanes en potencia con exceso de gomina y labia zalamera.
A nadie le extrañó que tras año y medio de convivencia en un modesto pero coqueto estudio de cuarenta metros cuadrados, Gina le pusiera un día las maletas en la puerta y le dijera adiós, harta del exceso de intimidad, estrecheces y la falta de espacio y recursos para completar su anhelada colección de bolsos.
Y ahí estaba él, Manuel, de treinta y cuatro años; con un fluido italiano, aunque de marcado acento murciano; compartiendo un aún más modesto y ya nada coqueto apartamento de cuarenta metros cuadrados con Luiggi, ex alumno suyo y ex marido de una mujer que se dedicaba a vender bolsos y zapatos.
Había ido arrastrándose de trabajo en trabajo pero el 2013 se presentaba francamente mal, por eso no lo dudó ni un instante cuando un compañero le ofreció sustituir a su primo, que estaba de baja por rotura de nariz, durante toda la celebración de los carnavales.
Cuando comprobó el primer día de trabajo que su uniforme lo conformaban una camiseta a rayas, pantalones ajustados, un sombrero de paja y una larga pértiga; comenzó a intuir que el primo de su amigo no era exactamente camarero. Pero cuando se vio a sí mismo, a un chico de secano que apenas sabía nadar, al mando de una góndola y transportando constantemente a gente fastuosamente disfrazada, de un sitio a otro, creyó sinceramente que ya no podía ocurrirle nada peor. El cuarto día de carnaval, el destino decidió llevarle la contraria.
Era la duodécima pareja que se subía ese día a su góndola. Se separó mecánicamente del muelle y se incorporó al abundante tráfico que llenaba esos días los canales; la práctica le había hecho coger soltura con el remo pero seguía poniéndole algo nervioso el hecho de estar permanentemente rodeado de agua. Enfrascado en su tarea, no se percató de que uno de los pasajeros le miraba intensamente desde detrás de su máscara hasta que ya tuvo establecido su plan de ruta.
Aquellos ojos le resultaron extrañamente familiares y expresivos, como si quisiesen confesarle algo sin palabras; sintió una fascinación por esa mirada que le atravesaba el alma, que no había vuelto a sentir desde que conoció a…
— ¡Tú! —El grito escapó de su garganta antes de que pudiera darse cuenta. Casi pierde el equilibrio en cuanto reconoció a “su Gina” abrazada por otro hombre y sin dejar de mirarle. Su rostro empalideció, las rodillas parecieron dejar de sostenerle y la respiración agitada provocó que prácticamente hiperventilara. El pánico inundó todo su ser, paralizándolo como si fuese un zorro ante las luces de un camión… hasta que ella abrió la boca y dijo: —Ese sombrerito de paja te queda muy bien.
El pánico se tornó en ira; perdió los modales y el remo; ni tan siquiera pensó en detener todos los reproches e insultos que salían de su boca hasta que el acompañante de Gina se levantó de forma autoritaria y le instó a que recuperara el remo.
Se hizo el silencio en la mente de Manuel. Una especie de cortocircuito le llevó a lanzarse al agua, dejando la góndola a merced de la corriente y a alejarse chapoteando de allí, con la pequeña satisfacción de arrastrar el remo consigo en su intento de alcanzar la orilla.