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EL PIKACHU ROJO - por Peckel Nayer

Momias, piratas, hobbits e incluso una pandilla de pitufos, todos corrían despavoridos presas del pánico. Sin embargo yo permanecía sereno. No alcanzaba a comprender como podía permanecer tan tranquilo en mitad de aquel caos. Me sentía como un simple viandante observando apaciblemente como las palomas del parque echaban a volar al unísono, como huyendo de algo pero, ¿De qué? No lo supe hasta que vi desplomarse a aquella diablesa dejando al descubierto una flecha clavada en su pecho. Atónito, intenté imaginar la trayectoria que había seguido de la flecha hasta encontrar su origen. Y Entonces lo vi. Un corpulento oso pardo colocando una nueva flecha en su arco y preparándose para disparar de nuevo.

Por suerte, mi cuerpo reaccionó por sí mismo y empecé a correr en dirección contraria. Ni dos segundos después noté un frío e intenso golpe de viento que pasó rozando mi mejilla derecha. Era la caricia de una nueva flecha que terminó por impactar en el costado de Frodo. Sin llegar a detenerme observé entonces como el hobbit intentaba a extender su mano hacia Sam en señal de auxilio, pero Campanilla y el hombre lobo le sujetaron del brazo y se lo llevaron, dejando atrás al malherido portador del anillo.

Tras varios minutos de carrera continua decidí refugiarme en un estrecho callejón sin salida. Vivía tan solo a unas calles de distancia pero necesitaba recuperar el aliento así que me escondí detrás de un contenedor de vidrio situado al final del callejón. Apenas unos instantes después escuché un fuerte golpe que me sobresaltó. Me asomé con cuidado por detrás del contenedor y le vi.

–¡Mierda!- Susurré.

Aquel desgraciado me había seguido. Había tirado el arco al suelo -lo que explicaba el estruendo que me había sobrecogido- y se estaba quitando el disfraz. Parecía como si aquel individuo estuviera migrando la piel. Como si de una serpiente se tratara. El resultado fue más sorprendente y surrealista si cabe. Bajo aquella cobertura de oso aguardaba un nuevo disfraz, el de Pikachu.

Estaba a salvo. Ese Pokemon asesino se encontraba a unos siete metros de distancia pero no se había percatado de mi presencia. A su espalda aguardaba un machete que cogió con sus manos, respiró profundo y salió a gran velocidad del callejón.

Me acerqué a la salida del callejón y vi como ese asesino ensartaba a la Princesa Toad y a un azulado nativo de Pandora, provocando de nuevo la locura. Tendría que dar un rodeo para volver a casa pero bien merecía la pena si con ello conseguía salvar la vida.

No conseguí sentirme a salvo hasta que llegué al portal de mi edificio. De repente una multitud empezó a gritar y a correr calle arriba, justo hacia donde yo me encontraba. Aquel puto Pikachu debía estar cerca. Me introduje en el interior cerrando la puerta tras de mí y subí algunas escaleras justo antes de tropezar y caer bruscamente, golpeándome la cara con la barandilla. En ese momento sentí un escalofrío. Alguien estaba abriendo la puerta de la entrada. Cuando me giré allí estaba él de nuevo, implacable y aterrador. Le supliqué que no me hiciera daño pero no se inmutó. Simplemente empezó a quitarse la parte superior del disfraz.
Debían ser las 4 de la madrugada por lo que la luz que se filtraba del exterior no me permitía verle el rostro. Sin embargo un claro de luz dejó al descubierto un profundo corte en su hombro izquierdo. Era como si él mismo se lo hubiera hecho. Aproveché que se estaba examinado el hombro para intentar levantarme y escapar escaleras arriba pero antes de realizar el primer movimiento se abalanzó sobre mi y… me desperté!

-Todo ha sido una pesadilla- Pensé. En ese momento noté un fuerte dolor en mi hombro. Tenía un gran corte y las sábanas estaban empapadas de sangre.

-No puede ser!- exclamé mientras me dirigía hacia el cuarto de baño. El horror invadió todo mi ser y quedé petrificado. Había sangre por todas partes y en la bañera se encontraban un machete y un maltrecho disfraz de Pikachu.

No había sido un sueño. Ni siquiera había sido una víctima. Pero sin saber cómo, había conseguido asientos de primera fila para asistir a mi propia masacre.

-¡No puede ser!- repetía una y otra vez mientras me examinaba ante el espejo.

-¡knock knock knock!- llamaron a la puerta –Señor Quereda, le habla la Policía! Abra la puerta!.