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Camino de Omsi. - por Borja

Web: http://leondecomodo.blogspot.com.es/

Kaunas se estaba hartando de aquel sin sentido.
– Es que no lo entiendo… ¿Por qué tienes la cara pintada así? Apenas se te reconoce.
Silos y Cercione llegaron en ese momento; cargaban ramas y hojas secas para la hoguera que los calentaría esa noche. Al ver al diminuto mercader con aquellas vestimentas tan estrafalarias, ambos tuvieron que aguantar una carcajada. Ellos tampoco habían visto nada parecido en su vida.
Y más aún, cuando vieron a Kaunas iniciando una nueva discusión con él.
– Esa es la idea, “casi hombre”– replicó Olave poniendo los ojos en blanco–. Ya te lo expliqué, se llama Entroido. Es una tradición que sobrevivió de los hombres antiguos. Dicen que de cientos, tal vez miles, de años de antes de la primera noche. O de la séptima luna, como os empeñáis en decir vosotros. Algunos lo llaman carnaval.
Kaunas se volvió hacia sus amigos en busca de apoyo. Pero estos sólo sonreían.
–Decidle que esto es una locura, por dios. – imploró.
– A mí no me mires – le dijo Silos divertido, tras dejar la madera en el suelo–. No es idea mía.
– Mañana, cuando lleguemos a Omsi, todo el mundo va ir disfrazado– continuó el pequeño mercader, ignorando a Kaunas–. Si queréis cruzar la muralla a lo largo del próximo ciclo lunar, sólo lo podréis hacer así. No hay otra forma. Y más allá de esa fecha, la ciudad es impenetrable, ¿entendéis?
– Vamos, Kaunas – intervino Cercione tomando parte–. Ya escuchaste antes a Olave. Omsi es lo suficiente grande como para que nadie se pregunte quiénes somos, ni de dónde venimos. Podríamos establecernos allí durante una buena temporada. O quién sabe…, tal vez para siempre.
El muchacho torció un poco el gesto de su cara contrariado.
– No estoy seguro de que sea muy buena idea rodearnos de golpe con tanta gente, Cercione – se sinceró Kaunas –. Me asusta. Hasta hace cuatro días, pensábamos que éramos parte de una minoría de elegidos; que no existía la vida más allá de los confines permitidos del valle de Rocazeniza. Y ahora– levantó los brazos queriendo abarcar la inmensidad del horizonte–, parece que hay cientos de lugares llamados ciudades, en los que, si lo que dice este hombrecillo es cierto, viven miles de personas y…
Cercione dejó su montoncito en el suelo y avanzó unos pasos hasta el muchacho.
– A mí tampoco me hace gracia– admitió la muchacha poniéndose la mano en el vientre–. Sabes que no te lo pido por mí .Pero cuando llegue el momento, no estoy segura de poder hacerlo sola; puede que necesite una ayuda que, ni Silos, ni tú, me podréis dar.
Kaunas claudicó con la mirada. La supervivencia de ese bebe, al fin y al cabo, era el motivo por el que se habían fugado de Rocazeniza.
O al menos, el que lo había precipitado todo.
– Está bien, lo haremos. – Concedió al fin, tras unos segundos en los que Cercione permaneció en silencio aguardando una respuesta de viva voz.
– Gracias, Kaunas – la muchacha se acercó a él y le dio un beso en la mejilla que precedió a un pequeño abrazo–. Te lo agradezco de veras.
– Bueno, entonces, ¿Qué?– interrumpió el mercader, ajeno a cualquier tipo de consideración, con su vocecilla irritante– ¿Queréis probaros vuestros trajes?
El pequeño hombre se hizo a un lado con una floritura, dejando entrever un sinfín de trajes multicolor y de extrañas máscaras en el interior del carromato.
–No me ha costado mucho escogeros algo de vuestro tamaño–. Remató con una sonrisa un tanto velada.
Kaunas se separó de su amiga dirigiéndole una mirada cargada de odio a aquel enano. No lo soportaba. Cada vez que hablaba, era como si alguien rechinara un cubierto por encima de un plato; un desagradable dolor de cabeza que le laceraba el oído.
Por un instante resistió la tentación de volver a implorar a sus amigos que se replanteasen aquello. Pero se dio cuenta de lo inútil que resultaría.
Sólo le quedaba lamentar para sus adentros el día en el que se lo encontraron. Y rezar a los dioses, si es que estos eran ciertos, que el desagradable presentimiento que le embargaba no llegara a materializarse.