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Todo vale - por Petra

Cubierta de sangre, avanzaba entre la multitud oculta bajo la capa. Aturdida se dejaba llevar por la marea de gente, que cantaba y bailaba por las calles. Cientos de caretas la miraban, unas reían, otras lloraban y otras con muecas desfiguradas la aterrorizaban. No recordaba dónde había estado las últimas horas. Y no sabía de dónde venía esa sangre. Con la respiración entrecortada, el corazón desbocado y los sentidos alerta, consiguió llegar a su casa sin que nadie la detuviera. Llamó a la puerta. Al ver que no le abrían llamó con mayor insistencia. Miró hacia las ventanas y vio reflejada luz. No entendía por qué no respondían a su llamada. Decidió ir por la puerta del jardín. Estaba abierta. Al tocar el pomo sintió cómo un líquido pegajoso se deslizaba entre sus dedos. Ahogó un grito al ver la mancha roja que resbalaba por la puerta. Entró en la casa. Las piernas apenas le respondían y un temblor incontrolable la dominaba. La luz de la luna se colaba por la ventana de la cocina, y eso le permitió ver por dónde pisaba. La casa estaba en silencio, y tan solo el débil reflejo de un candelabro la iluminaba. Cogió un cuchillo con la mano inestable y con sigilo se acercó al salón. Al primero que vio fue a su hermano pequeño. Estaba en el sofá, y la cara desfigurada apenas permitía distinguir sus rasgos. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, y un grito ronco salió de su garganta. No podía gritar, lo intentó, pero la voz se le había secado en la garganta. Se adentró en la habitación y el horror de la escena que ante ella se presentó fue de tal índole que no lo pudo soportar. La última imagen que vio antes de caer al suelo fue las cabezas de sus padres besándose encima de la mesa.
– ¡Corten! –gritó el director-. ¡Maldita sea Raquel! Te falta buscar un cojín para caer cómoda al suelo. ¡Ésto no sirve!
– Lo siento jefe, es que ya estoy agotada. Llevamos diez horas sin parar –dijo Raquel.
– ¿Hemos terminado? –preguntó el chico mientras se levantaba del sofá- Me pica la cara.
– Sí, por hoy está bien. Puedes ir a quitarte el maquillaje.
Raquel se levantó del suelo y se acercó al director.
– Jefe ¿me puedo quedar con la ropa? Mi hermana ha organizado hoy una fiesta de disfraces, y se nos ha hecho tan tarde que no me da tiempo a ir a casa a cambiarme.
– Está bien. Pero ten cuidado con ella, lo que nos faltaba es estropear el vestuario.
– Gracias jefe, tendré cuidado –sonrió Raquel.
Raquel salió del estudio. Era carnaval y la calle estaba llena de gente, algunos con disfraces, otros solo con caretas y la mayoría con los parches rojos pintados en sus mejillas. Decidió caminar hasta la casa de su hermana, que no quedaba muy lejos. Poco a poco se alejó del bullicio y llegó a una zona más tranquila. Unos minutos más tarde llamaba a la puerta. La música sonaba fuerte, así que no le extrañó que no se enterasen del timbre. Tras intentarlo varias veces sin éxito, pensó que quizás tendría más suerte por la puerta de atrás. Sonrió al ver que estaba abierta y entró. De repente algo la hizo ponerse alerta. La música sonaba, pero no escuchaba ninguna voz, ni tampoco había ningún invitado por la casa. Se asustó, pero al momento pensó que se comportaba como una tonta. “Demasiadas películas de terror”, dijo para sí. Fue hacia el lugar del que provenía la música. Al entrar vio los cuerpos de varios chicos ensangrentados y tirados por el suelo, su hermana estaba entre ellos. Un grito desgarrador se escapó de su garganta y se desmayó.
– ¡Corten! –dijo el director-. Ahora sí que la tenemos. Podéis levantaros chicos, ¡ah! Y no os olvidéis de despertar a Raquel.