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Lobo - por Irati

Web: http://elcuadernovuga.blogspot.com.es/

— ¿Quién se esconde bajo esta máscara tan chula? —preguntó con un tono de voz estúpido la profesora.
Miró alrededor, tratando de adivinar quienes eran sus padres, sin éxito.
La pequeña figura ante la profesora inclinó un poco la cabeza, en un gesto que hubiera resultado tierno si no viniera del rostro de un lobo. La máscara de plástico era una especie de gorro que le cubría toda la cabeza. Solo se adivinaban unos ojos amarillos e inteligentes en los dos pequeños agujeros.
—Ese disfraz está muy bien, ni siquiera te reconozco —continuó la profesora, cada vez más inquieta— ¿Me dices quién eres?
La profesora no pudo ver la sonrisa que se extendió bajo la capa de ilusión que ocultaba a la figura, pero sí que pudo ver el hocico del lobo moviéndose de un lado a otro, negándole una respuesta.
Ella siguió mirando el punto en el que había estado parado el niño durante un rato, atónita. Al principio pensó en castigarlo y obligarle a quitarse la máscara, pero luego recordó que era una fiesta de carnaval y se obligó a si misma a sonreír. El niño hacía tiempo que había entrado en el gimnasio.
Las luces danzaban sobre las guirnaldas de indios, vaqueros, payasos, alienígenas y otra vez indios. Sus siluetas manchaban el suelo, como sombras de cabezas decapitadas. Eric sonrió al comprobar, una vez más, que la máscara le permitía ver perfectamente. No ocurría con todas las máscaras, pero sí con esta. Podía ver sin ser visto.
Eric parpadeó un par de veces tratando de acomodar las lentillas y se dirigió hacia Mark y Evan. Los dos chicos estaban apollados contra la pared, engullendo los sándwiches mientras se burlaban de los niños que bailaban. Paró a mitad de camino, súbitamente invadido por el miedo a que le atraparan, a que descubrieran quien era. Si llevaba a cabo su plan y le descubrían, tendría que cambiarse colegio, de ciudad, de estado. Bueno, no haría falta. Lo matarían antes.
Pero tenía que hacerlo.
Aceleró el paso, un pie tras otro, hasta que Mark, un palmo más alto y disfrazado de militar, se alzó ante él. La camiseta blanca se le pegaba al pecho y los brazos. El pequeño lobo tembló y al hacerlo sintió las heridas y los moratones todavía frescos de la mañana rozar contra su piel. El dolor le despejó la mente.
—Está chulo ese disfraz —comentó Mark y Evan, a su lado, asintió rápidamente. Las orejas de su disfraz de perro se menearon adelante y atrás. Hubiera asentido incluso si Mark le hubiera dicho que era estúpido. Eric le había visto hacerlo.
—El tuyo también —respondió imitando la voz de su padre. La capa de plástico que los separaba hizo el resto: nadie hubiera relacionado ese gruñido con la voz que respondía a todas las preguntas de la profesora.
Se irguió y puso en marcha su plan:
— ¿Y si subimos a la azotea?
—Está cerrada, estúpido —gruñó Mark.
—Yo se abrir cerraduras.
—No me lo creo.
—Lo que yo creo es que no os atrevéis a subir ahí y mear el coche del director.
Ante esto, Mark se irguió y Evan lo miró con admiración.
—Vale, enano —murmuró señalando el hocico del lobo—. Voy a ir contigo, pero te juro que como no sepas abrir esa puerta la abriré con tu cabeza.
Eric asintió rápidamente y se puso en marcha. Sabía que lo seguirían.
La puerta se abrió con un chirrido y las tres figuras salieron a la azotea. Mark y Evan se olvidaron de Eric por un momento y se dirigieron excitados hacia la cornisa que daba al aparcamiento, diez metros más abajo, mientras se bajaban las braguetas.
Eric los siguió en silencio, la vista fija en sus espaldas, pero ya no era él. Los lobos cambian con la luna.
Mark cayó primero, después Evan. Sus gritos de dolor quedaron amortiguados por la alarma del coche, que atrajo a profesores y alumnos. Al mirar hacia la cornisa, solo vieron una figura con cabeza de lobo.
La ambulancia llego y se los llevó. Los daños eran graves: huesos rotos y contusiones. Pero sobrevivirían.

El lunes, la clase respiraba en silencio. Cada alumno que llegaba era escrutado por el resto, que buscaban al lobo, aunque no sabían si para agradecérselo o delatarlo.
Ninguno se fijó en el niño de ropa heredada y gafas torcidas cuando entró. No podía haber sido Eric.