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Maschera nobile - por Francesc Castillo

-¿Tenéis miedo?
-Sí, de vos.
La mascara ocultaba la expresión, pero no así el leve temblor de la voz.
-No debéis temerme, Corina; solo deséo vuestro bien y el de Venecia.
Un leve rumor ascendía desde el Gran Canal, atenuado por los cortinajes mecidos por la brisa. La alta figura continuaba estática junto al ventanal, bañada por la claridad lunar que cubría de plata los aposentos del Palazzo de los Grassi.
-Vuestro padre debe escucharme, o se perderá la ciudad-el tono había cambiado sutilmente; ya no fluía con la suavidad anterior, ahora era perentorio, con un ligero tono de alarma. Abajo comenzaba a acentuarse la noche y las voces regían ahora sobre la brisa. La figura se deslizó entonces entre los cortinajes y contempló la plaza; grupos de mascaras se retaban en falsos duelos, o se reunían junto al Canal para beber y danzar al ritmo de violines y chirimías. Podían escucharse risas femeninas, estridentes, acompañadas de tremendas risotadas masculinas; otros corrían junto al agua, persiguiéndose, trastabillando sobre el empedrado. Al otro lado de la plaza, una pareja se refugiaba en las sombras, resoplando de puro goce carnal.
-He de ver al Dux, y solo vuestro padre puedo acercarme a él. Los franceses y los austríacos ya han decidido la suerte de la ciudad, pero aún creeis que nada puede destruir vuestros palacios.- La negra silueta siguió mirando la noche unos instantes antes de girarse y penetrar de nuevo en la estancia.
La mujer le observaba a través de la máscara, inmóvil junto al clavicordio; parecía tranquila ahora, relajada, inane ante aquel intruso que había trepado hasta su balcón.
-Decís conocerme, y en efecto sabéis mi nombre… Si es así ¿por qué no os descubris? yo haré lo propio; necesito ver vuestros ojos…y por favor, olvidáos de mi padre, no os recibirá; antes os dará muerte por irrumpir así en mis aposentos.
Dicho esto se incorporó y, con asombrosa agilidad dada la densa vestimenta, se arrojó sobre la figura embozada. Él la recibió sin sorpresa, dejando que ella se apretara contra su cuerpo.
-Sois hermosa, y vuestro aroma comienza a trastornarme.-dijo mientras sus manos apretaban el talle de ella- Napoleón entrará en Venecia el año próximo y todo cuanto conocéis desaparecerá, he de llegar al Dux, prevenirlo, he de convencerle de que pacte con los franceses ¿no lo entendéis?
El Carnaval más suntuoso que había conocido la ciudad comenzaba a crecer, a desplegar sus lúbricos encantos, su mágia oscura y pagana; de la noche llegaban los gemidos, las risas, la música caliente que ascendía por las fachadas de los palacios y se extendía entre los canales, sacudiendo las sombras.
-He perdido el miedo.- dijo ella- que se pierda así Venecia.