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Fuerza bruta - por Leosinprisa

-¡Cómo! Esto es inaudito, imperdonable. Es una broma de mal gusto –el capitán del Cascaseguro estaba enfadado, agraviado por la noticia que su segundo le acababa de comunicar.

Alguien había robado el timón del barco, por lo tanto este iba a la deriva. En el mar de las sonrisas aquello constituía un grave problema, pues estaba lleno de arrecifes, todos ellos puntiagudos y colocados con la mala intención de hacer zozobrar las embarcaciones.

-Pardiez, botas de agua salobre me rebosan. Panda de haraganes, no tenéis ni una gota de sal en vuestras venas. Habré de arrojaros a todos al sagrado mar si no la encontráis enseguida. Os colgaré de los pulgares y os dejaré así, cual sacos de carne para la salazón –. Su voz resonaba por toda la embarcación y la marinería se miraba estupefacta, sin comprender quien podría haber hecho algo así.

-Mi capitán, deberíamos rezar a los dioses, tal vez ellos puedan intervenir y…

-¡Los dioses! Otra panda de inútiles, a la cocina irían si alguno de esos vagos se atreve a venir. Al pozo de grasa, a dar un buen lavado a los cacharros. Que falta le hacen –una mirada ceñuda al cocinero y al pinche los hizo estremecer.

Después del mar de las sonrisas, venia el de las penas y la situación aún sería peor. Terribles remolinos y estrechos acantilados, con un oleaje fuerte que solo mediante una hábil conducción les permitiría llegar a su destino.

El barco no hacía sino dar vueltas sin sentido y aquellos rudos marineros empezaban a marearse con tanto giro. El capitán se agarró a la balaustrada del puente de mando, dispuesto a aguantar cuanto fuese necesario, rojo de furia.

-Pardiez, botas de agua salobre me salpican –siempre exclamaba esa extraña frase cuando la ira lo dominaba y nunca se repetía en la última palabra.- Registrar hasta el último confín. Os arrancaré la piel de la cara con mis propias uñas, fardos de agua de cántaro.

-Mi capitán –el apocado contramaestre se llego hasta donde estaba- creo saber quién puede decirnos donde se encuentra.

-¡Por los pelos de la foca azul! Hablad de una vez –el hombre se volvió hacia donde esa comedida voz le había farfullado una solución.

Detrás de este apareció un niño pequeño, apenas tres o cuatro años, sonreía en su cara picara y en los grandes ojos la alegría del juego se destacaba-: Me “guta”, “trimón” bonito –exclamó enseñando los pequeños dientes de leche. Señaló hacia arriba y el capitán no dudo en girarse de nuevo en esa extraña dirección.

Allí, en lo alto del mástil principal, estaba encajado el timón por su anilla central. Este debía pesar lo menos doscientos kilos y eran necesarios cuatro hombres para quitarlo cuando hacía falta una reparación. Abrió la boca por la sorpresa, pero ya pocas cosas podían ocasionarle este estado.

Se había enfrentado al Kraken, convenciéndole de que ellos no eran vulgares entremeses; a las ninfas, tarea ardua pues estas buscadoras de hombres se lo pusieron realmente difícil; a una nave espacial, con toda su dotación deseosa de invadirles; a barcos fantasmas y sus tripulaciones espectrales; a monstruos marinos, de toda clase y condición. E incluso una vez, tuvo que enfrentarse a su propia esposa en una barca, toda enardecida y puede jurar aquel fue el peor momento.

-Pardiez, botas de agua salobre me conmueven. Si este pequeño trozo de barro dulce ha sido capaz de subirlo, también será capaz de bajarlo. ¡Verdad, pequeño truhan! –lo miró desde su posición de adulto, irguiéndose aún más para constituir una autoridad imponente.

-Jugar, “guta trimón”. –salió corriendo, trepó por el mástil con la astucia de un mono, para llegarse hasta donde se encontraba su trofeo y con una sola mano lo desengancho, bajando con esta y riendo por tamaña diversión. Luego, ante el asombro de todos, lo colocó en su sitio y el problema quedo resuelto.

-¿De donde ha salido este crio? –preguntó con la mirada más torva que pudo disponer, al ya encogido tripulante.

-Es… es el hijo de mi hermana. Me dijo venia de no sé que planeta Krypton, pero creí era una broma. Es muy chistosa, sabe –la voz le temblaba y miraba nervioso hacia todos los sitios.

-Jugar, “guta” volar –dijo el pequeño tirándose por la borda. El barco se elevó en el aire y continuó su viaje, a decenas de metros sobre el mar.

-Pardiez, botas de agua salobre me tiritan –pensó en cuando llegasen a puerto, hablaría seriamente con su Contramaestre sobre esas visitas inesperadas.