Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Dulce despedida - por Víctor Parra

Web: http://palabrasyotrasrarezas.blogspot.com.es/

– Veo que has vuelto a venir, ya no te esperaba…
– ¿Por qué me has vuelto a traer aquí? Te dije que no quería saber nada más de ti.
– Yo no te llamo, eres tú el que desea verme.
– Es absurdo, nunca me vas a decir de qué se trata. Nos pasamos horas hablando, en mitad de este océano, metidos en esta barca que puede volcar en cualquier momento y no dices nada, nunca dices nada.

Raúl empezaba a ponerse nervioso, hacía tiempo que no se encontraba en medio del océano, sin nada más que esa barcucha de madera medio podrida, una linterna a pilas y su compañero de bote, esa extraña persona que nunca paraba de hablar sobre cosas metafísicas que Raúl no alcanzaba a entender. De hablar de ese secreto que nunca dejaba claro si se trataba de un robo, de un secuestro o de cualquier otra hazaña, pero que lo angustiaba profundamente.

– ¿Qué me vas a contar hoy? -exclamó con un tono irónico-. ¿Dios? ¿El equilibrio entre el bien y el mal? ¿La refutación del Origen de las especies? Te he dicho mil veces que tu logorrea no me interesa. No entiendo cómo aparezco aquí, no sé quién eres, ni sé por qué sabes tanto sobre mí. Hace cinco días que no sé nada de ti, ni de este lugar húmedo e inmundo. Te he denunciado, ¿sabes? He conseguido describirte perfectamente. Me han llevado a un lugar en el que supuestamente estoy seguro de ti. Desde hace cinco días estaba convencido de que no me volverías a secuestrar, de que por fin había encontrado un lugar en el que resguardarme de ti, al menos temporalmente, pero has vuelto a aparecer…
– Raúl, no seas ingenuo, nada ni nadie puede resguardarte de mí. Ya te lo he dicho mil veces, yo, como Dios, estoy en todas partes. No te interesan mis temas metafísicos, de acuerdo. Entonces, ¿de qué podríamos hablar hoy? Ah sí, me parece interesante hablar de la muerte. ¿Qué crees que significa la muerte, Raúl? ¿Qué hay después de ella?
– Una caja de madera para los cristianos, que pronto la habitarán gusanos. Un montón de cenizas para la gente como yo, que servirán de abono en cualquier campo. ¿Me vas a explicar qué tiene que ver todo esto conmigo?
– Tiene que verlo todo. Ese refugio que has buscado, ¿no huele a muerte? ¿Háblame de él?
– Todo es blanco. Hay mucha gente, pero todos son raros, algunos algo deformes, otros no dejan de tirar baba por la boca, chillan y se ríen sin parar. Pero apenas los veo. Yo tengo una habitación para mí solo. No salgo de aquí ni para comer. Es la medida de seguridad para que no me secuestres, no sé si huele a muerte, me da igual a lo que huela, en cuanto me dejes en paz volveré a la policía y les diré que ese lugar tampoco es seguro. Les diré que el hospital no está tan bien custodiado como ellos creen, que me encierren en una celda, dónde puedan verme constantemente, así te cogerán si vuelves a aparecer.
– ¿No te das cuenta de que yo puedo aparecer dónde y cuándo quiera? ¿Te parece poco mi poder, yo que puedo sacarte de ese hospital, traerte a la barca de siempre, desnudarte, atarte de manos y pies y torturarte con mis palabras? Sigues subestimándome. Nada me puede detener. Dime, Raúl, ¿qué desapareció la noche del 23 de septiembre, cuando cerraste la librería y volviste a casa a cenar? No quiero ser yo el que te dé todas las pistas. No quiero seguir escondiéndote nada…
– ¡Déjame en paz! ¡No quiero más secretos, devuélveme al hospital y desaparece de mi vida! Es más, me voy yo, sé nadar, no quiero saber qué me has quitado. Toda esta parafernalia no me va a hacer descubrir nada. Adiós.

Raúl se tiró al agua. Creía poder deshacerse de las cuerdas que lo aprisionaban. Estaban flojas y esperaba que su compañero lo rescatara y acabara con toda esta historia. Pero no hizo nada y Raúl se hundió cada vez más hasta desaparecer.

– Hora de la defunción, 15:38. La paranoia postraumática no es fácil de sanar. Los tratamientos de insulina resetean el cerebro, para que me entienda. Su mujer asesinó a su hija en una bañera, y después se suicidó. Él no podía recordarlo, y la insulina sólo lo llevaba a un momento anterior. Por favor, descuélguelo y tire las sábanas.