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Ver las estrellas contigo - por paloto

Web: http://www.pabloelblanco.com

En sueños escuchó un ensordecedor rugido que hizo temblar el suelo y las paredes. En el silencio que le sucedió, se volvió a dormir.
– Despierta, Dewi. Vamos.
Se incorporó frotándose los ojos intentando recordar dónde se encontraba.
– ¿Qué ocurre, Van?
Van era lo único de lo que estaba segura en aquel momento. Había estado a su cuidado desde que Dewi recordaba. Era un trotamundos que su padre había contratado para la fábrica. Como no tenía hogar, se instaló con ellos y desde entonces había sido un miembro más de la familia.
– No, aún es de noche. Tienes que venir, rápido. Ponte esto -añadió tendiéndole el chaleco salvavidas que había bajo la cama.
Un profundo sonido metálico recorrió toda la habitación. La lámpara del techo se agitó mientras todo el barco parecía lamentarse.
«Claro, estoy en el barco», recordó saltando de la cama y poniéndose la chaqueta.
– Pero… ¿Qué pasa? -preguntó algo asustada.
– Es una sorpresa. Acompáñame.
Sin replicar salió tras él a rápidas zancadas sin poder reprimir un bostezo.
– Verás, Dewi. El capitán va a convertir el barco en un parque de atracciones. -dijo él sin dejar de caminar -Pero para poder montar en las atracciones debemos ser valientes, ¿de acuerdo?
Ella estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa. ¡Un parque de atracciones en el mismo barco! Era una idea genial. Asintió sonriente. Continuaron caminando por el pasillo. Los crujidos del casco se repitieron, lo cual era para Dewi un claro indicio de que lo que le había dicho Van era cierto. El barco ya se había empezado a transformar.
Giraron por uno de los pasillos y vieron cómo se había empezado a inundar y a inclinar ligeramente. Unos metros más adelante, un hombre apareció corriendo con el rostro compungido. Los miró aterrado y se alejó gritando por un pasillo transversal.
– Van, ¿qué le pasa?
– Viene de la casa del terror. El capitán se enfadará con él. -dijo convincente -Eso no ha sido muy valiente.
– No, señor -corroboró Dewi.
Su camino se vio interrumpido cuando tuvieron que atravesar un pasillo inundado.
– Es la piscina del polo norte. Está muy fría -había dicho Van con una tranquilizadora sonrisa.
Atravesaron soportando el frío la zona inundada. El agua llegaba casi hasta el techo, dejando el espacio justo para que mantuvieran la cabeza y el cuello fuera del agua. Cuando salieron se encontraron a un numeroso grupo de gente. Se alejaron de allí a la carrera recuperando el calor. Cuando alcanzaron la cubierta corrieron hacia la zona trasera del barco y vieron que el último bote había zarpado con una docena de hombres a bordo.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó a una mujer que los observaba alicaída.
– Lo han robado a punta de pistola.
Van se derrumbó.
– Vamos, Van -le dijo Dewi intentando inútilmente levantarlo- Ya montaremos otro día. No pasa nada.
Él alzó la vista, contempló a la niña y aún con las lágrimas cayendo por su rostro, sonrió.
– Es cierto -dijo poniéndose en pie -Vamos. Conozco otra atracción.
El barco se había inclinado aún más, pero ayudados por una barandilla, lograron avanzar hacia la proa. Alcanzaron el frente de una de las cabinas de mando y se sentaron.
– Verás, Dewi. Ahora el barco se seguirá inclinando. Debemos apoyar nuestras espaldas en esta pared y cuando se levante, miraremos las estrellas, ¿vale?
Ella asintió sonriente. Guardaron silencio durante varios minutos en los que la cubierta fue ganando pendiente. Poco a poco, lo que antes era el suelo, se convirtió en pared, y lo que era pared, en suelo. De pronto, el barco dio un bandazo.
– ¡Uuuuoooo! -gritó Dewi en un estallido de júbilo -¡Qué divertido! ¡Otra vez! ¡Otraaa!
Van la miró.
– No, Dewi. Ahora miraremos las estrellas.
La proa volvió a elevarse, poco a poco, inexorablemente. Dewi y Van contemplaron las estrellas en silencio, mientras notaban como comenzaban a descender al tiempo que la proa se levantaba. A sus espaldas, 46.000 toneladas de metal se hundían en un rugido que se volvía ensordecedor por momentos.
– ¿Qué es eso? -preguntó ella gritando para hacerse oír.
– La maquinaria de la atracción.
– Ah…
Guardaron silencio unos instantes.
– Van.
– ¿Sí, Dewi?
– Me gusta ver las estrellas contigo.
– A mi también, Dewi.
Pero él no miraba ya las estrellas. Miraba a la niña que tumbada a su lado contemplaba el cielo con aire soñador, ignorando que el basto océano estaba a punto de tragárselos.