Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Vuelta al final - por Candela

Web: http://palpitandoletras.com/

La confusión se apoderó de él cuando pisó la cubierta principal del buque. El ruido de la maquinaria y varios helicópteros retumbaba y el olor sobrepasaba, con creces, al pestilente pescado habitual. No obstante, su huída, a un palmo de distancia, y los cinco años de aislamiento que dejaría atrás lo confortaron.

Observó al frente, dirección a popa, donde varios marineros faenaban. Temió que lo vieran, pues recordaba el peligro del que su padre le advirtió, y a prisa y de cuclillas se refugió entre las maquinillas y cabestrantes. Respiró hondo, aturdido aún por el ambiente, y observó los helicópteros que soltaban su mercancía sobre las aguas. No había contado con ellos y se mordió la lengua inquieto, dificultarían su llegada a la costa. Dirigió una mirada al bote amarrado a final de popa, más allá de los marineros, y limpió en su pantalón el cuchillo dentado, su única arma, comprendiendo que sería inútil contra aquellos hombres que le doblaban en peso y edad. Sin embargo… ¿Qué otra cosa podría hacer? No estaba dispuesto a esperar encerrado un día más, y después de todo… no, no podía echarse atrás. Y aún así, las últimas palabras de su padre volvieron a él: “Hijo mío… no quería, no debía ser así. Pero escúchame, porque será lo último que te diga. Vas a quedarte aquí, te traeré comida y lo que necesites, no sé cuánto tiempo, pero espera, solo espera, Nevi, o morirás”.

No quería recordarlo, y golpeó su cabeza contra la maquinilla de hierro que tenía detrás provocando un sonido que lo alarmó. Levantó la cabeza por encima del parapeto. Vio que eran un total de cuatro marineros, dos separando el género hacia el centro, y a babor otra pareja izando el cardumen. Le pareció que llevaban algo extraño en la cara, pero eso no importaba, no se habían percatado de su presencia.

Con un par de movimientos ágiles se posicionó tras el primero de una serie de contenedores, que a su espalda, lo protegerían hasta el bote. Allí notó que el olor agrio se intensificaba, le resultaba insoportable y parecía venir de la mercancía. Se atrevió a curiosear, vio que lo que antes le pareció extraño eran máscaras de gas, y entre ellos, una montaña de muertos.
Los que estaban más cerca sostenían a una mujer hinchada por el óbito, trabajando en equipo la despojaron de sus prendas, le vaciaron los bolsillos, y despegaron de su garganta un humilde collar de plata. No tenía en apariencia ninguna herida, y lo último que le hicieron fue cerrarle los ojos y lanzarla al contenedor tras el cual, Nevi temblaba. Su corazón se encogió con la caída del peso muerto.

Se acurrucó, igual que cinco años atrás, cuando su padre lo alzó en volandas en su cama y sin soltarle la cabeza, apretándola contra su pecho, corrió hasta llevarlo allí, el buque donde trabajaba. Durante mucho tiempo le estuvo preguntando por qué lo había hecho, pero según decía, no podría entenderlo, y cuando al fin pudo, se negó. Desde aquella fatídica advertencia había guardado silencio; él le gritó, le zarandeó, incluso se lesionó para obtener una palabra. Todo para nada. Sumido en la incertidumbre, no comprendía qué sentido tenía esperar en aquél cubículo. Iba a acabar con todo aquello, y no iba a permitir que nada se lo impidiera, ni un mar de humanos.
Intentó respirar hondo, mas su faringe, cerrada, se lo impidió. Solo dejaba pasar un hilo por donde sus pulmones se vaciaban lentamente. En el horizonte, una silueta negra levantaba chimeneas densas tierra adentro, Nevi creyó que le rodeaban el cuello.

Entonces corrió. No hacía el bote, si no hacia el interior del barco. Deshizo el camino a su libertad, maldiciéndose cada vez que el dolor lo frenaba por no haberse dado cuenta antes y maldiciendo, de nuevo, a su padre y su silencio. También entendió el afán con el que limpiaba, a diario, la rejilla de ventilación.
Al llegar a su camarote lo observó, con los ojos destrozados yaciendo sobre un charco de sangre. Cerró la puerta con llave, tembloroso, un pitido exhausto salía de su garganta, luego la depositó en su lugar, el bolsillo profanado de su padre. Y lloró a su lado, un llanto sin lágrimas y sin aire, porque aunque ya era limpio, no había vuelta atrás.