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Viaje - por Robar

Viaje.
La embarcación navegaba lentamente, mugiendo, alejándose de la costa. La neblina desvanecía las siluetas del muelle; pero se podía escuchar, aguzando el oído, el bordoneo de las guitarras y el rubio cantar de algún fado, que emitían los rezagados concurrentes a los bodegones del pequeño puerto.
De acuerdo a la hora de salida estaríamos en alta mar en un par de horas y luego de dos días de navegación llegaríamos a Lisboa. Allí tomaría el avión para las islas. Tenía planeado este viaje, en soledad, desde hacía tiempo. Quería sentir en este viaje el balanceo adormecedor despojándome del agobio de todo un año de trabajo, para llegar a las Baleares liberado y disfrutar de las vacaciones.
Días antes de embarcar recibí inesperadamente un llamado telefónico de mi hermano Javier, de quien no tenía noticias desde hacía dos o tres años, diciéndome que el jueves siguiente estaría a verme.
Le dije entonces que me embarcaría ese día muy temprano para viajar a la ciudad y desde allí al lugar, donde pasaría mis vacaciones. Me pidió encarecidamente que ejecutara las acciones necesarias para viajar conmigo hasta mi primer destino, porque quería verme y contarme cosas de la vida; que le confirmara la hora de salida, el nombre de la embarcación y él estaría allí para embarcar.
Sin salir de mi asombro, realicé los trámites pertinentes.
Efectivamente a la hora de la partida llegó, bien vestido, con un pequeño equipaje y un maletín de mano. Después de un apretado abrazo, comenzamos a ascender y quedamos en que durante el viaje hablaríamos y nos contaríamos lo vivido durante el tiempo que estuvimos incomunicados.

Lo encontré algo mayor, entrecano, un poco obeso y continuaba teniendo los pómulos salientes, los labios delgados y las manos grandes. Era un hermano entrañable, pero últimamente había estado distante. En su primera juventud, demostró tener sentido común y apego a las buenas costumbres.
Mientras mi madre fregaba los platos, por las noches, antes de que saliéramos para ir al cine, o sólo a dar una ronda con amigos, comenzaba la letanía de recomendaciones que sólo eran para mí, “no vuelvas tarde”, “no hagas tonterías”, “no fumes”, “conduce con cuidado.”
Analizándome a la distancia diría que siempre fui un tipo discreto y correcto.

Juntos en el camarote, me contó que su tardía paternidad, lo puso en la encerrona de tener que formalizar con una mujer, que si bien era buena y distinguida, él todavía no tenía pensado hacerlo, pero al fin así sería y me esperaba el último domingo del mes siguiente para que asistiera a la celebración, que se llevaría a cabo en un castillo en la campiña francesa. Presentía que algo no me confiaba. Por más que escudriñara su semblante no daba con la pista. En una conversación dejó deslizar que por un conflicto con la jefatura de la fuerza de seguridad en la cual trabajaba y para poner distancia hasta que la situación se normalizara, tomó la resolución de visitarme.
Descansamos muy bien esa noche, y a la siguiente mientras cenábamos me informó que caminaría un momento por la cubierta y luego bajaría. Se despidió con un guiño.
Al despertar a la mañana, observé que la cama donde debía dormir, estaba prolijamente tendida. Lo busque en el salón de desayuno, pero no lo encontré. A media mañana después de examinado el barco, ya intranquilo y con cierta angustia le comuniqué al capitán de su ausencia. Éste apenas me prestó atención y en un gruñido mencionó, que seguramente estaría en algún lugar de la embarcación.
No apareció en todo el día, y al atardecer mientras descendíamos en puerto de destino, había un gran bullicio, desconcierto y muchos oficiales de la guardia civil que registraban los equipajes de los pasajeros.
Estaba fuera de la sala de desembarco, camino hacia el hotel, con el presentimiento que nada malo le había ocurrido a mi hermano.
Entonces no contuve la emoción, como en una ceremonia religiosa abrí mi mano y en el resplandor de la luminaria, el diamante soltó un destello esplendoroso, luego se escondió en el bolsillo y con facilidad colocó el duro mineral poliédrico en su estuche.
A primera hora de la mañana, al bajar a desayunar observé de reojo el diario que leía un huésped, donde un titular rezaba en grandes letras negras, “El sospechoso del robo del diamante ha desaparecido en alta mar”.
Mi rostro se iluminó con picardía y recordé nuevamente las recomendaciones de mi madre, pero esta vez, la faena la había comenzado Javier.
Robar