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Ecuador - por Jota A.

Web: http://bushido.blogspot.com.es/

Harold Paddintong, flamante nuevo teniente del H.M.S. Childlike Empress, desafió todas las normas de la compostura al salir a cubierta vestido con su camisón de dormir.
—¡Contramaestre! —llamó a gritos.
El viejo contramaestre del buque se asomó desde el alcázar, con una sonrisa guasona apenas oculta entre sus pobladas barbas.
—Señor Paddintong. ¿Qué puedo hacer por usted?
—¡Quiero denunciar un robo! Algún sodomita al que Dios castigará eternamente en los infiernos ha robado toda mi ropa.
Un coro de risas estalló en las escotas y fue recorriendo la cubierta.
—¡Ponga orden, por el amor de Dios!
—Es su primera vez, ¿verdad, señor Paddintong? Cruzando el Ecuador, me refiero. —Nuevas risas acompañaron la chanza del contramaestre. — ¿Ha visto los nuevos gallardetes que han puesto sobre la cofa del palo mayor para celebrarlo?
Harold alzó la vista y entre el paño desplegado pudo ver sus ropas colgadas donde el viejo acababa de indicar.
—¿Pero qué demon…
—Buenos días, segundo. —saludó el capitán, que había aparecido junto al contramaestre en el alcázar. —Aquí no llevamos muy a rajatabla la vestimenta, pero ¿no le parece informal de más su atuendo?
La algarabía ahora era generalizada por toda la embarcación. El gesto de beneplácito en la cara de su capitán no dejaba lugar a dudas: no sólo consentía sino que probablemente había autorizado aquello.
—Tiene usted razón, capitán.
Y acto seguido se desprendió del camisón para quedarse como Dios le trajo al mundo. Saltó al palo mayor con agilidad simiesca y empezó a trepar por él. Las risotadas se detuvieron, sustituidas por la curiosidad y la sorpresa. Al superar la altura de las gavias, el viento del Atlántico le provocó un escalofrío que casi le hace perder pie.
—¡Baje de ahí, que se nos va a matar! —se escuchó decir a un viejo lobo de mar.
Paddintong se aferró de nuevo sin mirar hacia abajo y prosiguió su ascenso hasta llegar a la cofa. Descolgó sus ropas e hizo con ellas un hatillo dentro del jersey de guernsey. Se lo colocó a la espalda y ató las mangas sobre el pecho. Descendió aún más rápido de lo que subió y en un santiamén se encontró de nuevo en la cubierta, aún desnudo.
—Contramaestre, considere retiradas las acusaciones previamente formuladas. Olvidé que anoche había dejado la colada tendida para secar.
Las carcajadas fueron imposibles de contener. El mismo capitán reía hasta la congestión mientras trataba de repetir “colada para secar”. El contramaestre asintió y le guiñó un ojo, así que Paddintong entró en la camareta de oficiales para vestirse, esta vez cómo era debido.