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La Ladrona - por Zelfus

–Nos hundimos, oficial Pérez: El agua ya pasó la sentina y el resto de la bodega está inundada al cuarenta por ciento, el calado ha aumentado en seis pies, y tampoco podemos hacer funcionar los motores auxiliares. Tenemos que evacuar en este momento antes de llegar a aguas más turbulentas.
-Informaré al capitán. Gracias, Torres.
-¡No podemos esperar! Con todo respeto, oficial, debemos abandonar las maniobras de estabilización inmediatamente e indicarle a los hombres que se preparen para…
-GRACIAS, TORRES –lo interrumpió secamente, pero sin violencia-. Informaré al capitán en cuanto sea posible.
-No soy de los que abandona, oficial, usted lo sabe. Pero no estoy dispuesto a que los hombres mueran por este barco. Ellos mismos saben que la situación es desesperada.
-Son los hombres del capitán, Torres: Estamos en sus manos –dijo con una seguridad muy parecida a la fe-. Ahora –continuó-, lleve a Arias y a Roa para apoyar a los que están abajo y asegúrese de que todos los demás estén al tanto. Yo iré al cuarto de motores con el oficial Molina para revisar la combustión y las conexiones. Puede retirarse.
-Sí, señor –añadió con rabia y se retiró-.
El oficial Pérez consultó la carta de navegación del área pensativo. Aún si tomara la decisión, pasando por encima del capitán, y sacara a la tripulación del barco, estaban muy cerca de corrientes extremadamente fuertes para resistir las maniobras de salvamento. No tenía duda de que la situación cambiaría si contaran con la fuerza del capitán y sus genialidades sorpresivas. Saldrían victoriosos como tantas otras veces. Por ahora el capitán no estaba y él asumiría el control del barco.
En el cuarto de máquinas se reunió con el segundo oficial, Molina, y corroboraron la inutilidad de los motores auxiliares. El segundo oficial hacía un análisis exhaustivo de las causas y la seriedad de los daños, pero el oficial Pérez sólo miraba confundido y extrañado, pensando en otra cosa. El segundo oficial pudo adivinar que Pérez sentía una mezcla de impotencia y tristeza por haberle fallado al capitán. No era así para Molina, para quien el capitán era el que faltaba a su deber, a pesar de haber sido sustraído por aquella mujer. Ella era la principal responsable de que el capitán no estuviera y por tanto, ella había llevado el barco al naufragio. Pero aún estaban a flote. Aún podían poner a los hombres a salvo, si el primer oficial despertaba de su letargo.

Pasaron un par de minutos cruciales en los que el barco escoró profundamente, por lo que el ángulo de inclinación ya no permitía que los botes salvavidas de estribor cayeran al agua, ni que los de babor se descolgaran. Algunos pasajeros atravesaron la cubierta sosteniéndose desesperadamente de las barandas sin saber a dónde ir. Así son los pocos pasajeros de este barco. Los miembros de la tripulación, en cambio, se mantenían cumpliendo las órdenes de forma heroica, aun sabiendo que lo único que los podía salvar era un milagro. O el capitán.

Cae la tarde y desde la ventana que da al patio, la mamá ve a Wilsiton arrodillado sobre el barro. Para que entre y se ponga un saco, lo llama a tomar onces. El niño hace caso omiso, y sigue entretenido en sus juegos.
-Wilson Jaime: está servido. Estamos esperándote.
Wilsiton conoce el tono de su mamá y no puede demorarse. Además también tiene hambre. Sin muchas ganas va a la casa.

Anochecía. El aire se convertía en brisa fuerte. Sombras, viento, y gritos de órdenes se confundían, alimentando el creciente miedo, que en algunos pasajeros ya era pánico. El barco se hundía de popa rápidamente y los objetos colgados sobre mesas, muebles y paredes se cayeron rodando por el suelo empinado, despedazándose con estrépito y esparciendo sus fragmentos.
-Todos a cubierta. Haremos una cadena con los brazos y nos sostendremos. Todos a cubierta –repetía incansable el oficial Pérez, mientras los demás tripulantes seguían sus instrucciones, algunos llorando desconsolados en el hombro de otros. Más de uno saltó por la borda al abismo negro que parecía no tener fin y gemía embravecido-.
-Ya sólo nos queda rezar –dijo Torres, apretando fuertemente a Valencia y a Bedoya que estaban a su lado.

Al volver al arroyo, Wilson encontró su barquito enredado con una rama a pocos metros del punto donde lo había dejado. Lo tomó en su mano y lo rescató de la corriente del arroyo. Otra aventura de la cuál habían salido victoriosos.