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Rolex - por Lina Duque

Rolex

Arrojé el preciado objeto por la borda, su mirada incriminatoria me lastimaba y no tuve más remedio. Después de haber naufragado y luego de pasar casi una semana a su lado, me asombraba mi capacidad de haberlo soportado por tanto tiempo. Su silencio y su mirada eran abrumadoras, consumían mi alma. ¿Como era posible? Le preguntaba, y su única respuesta durante días fue – El mundo es pequeño-.
Comenzó aquel día que decidí irme en un viaje por crucero, cansado del trabajo y la rutina, me convencí a mi mismo que era lo mejor para mi salud, pues hace ya algunos meses, a causa del estrés (según mi médico), venía padeciendo de leves olvidos.
-Buenos días Sr. Ventura, bienvenido sea a nuestro barco- fueron las primeras palabras que recibí al subirme a bordo. Fue un viaje apaciguador, aunque debo confesar que la falta de una actividad establecida, comenzó a calar mi cerebro hasta estropearlo.
-¿Como se encuentra?- me preguntó una voz ronca y casi de ultratumba. –Le veo algo pálido y al parecer no cuenta usted con el mejor estado mental-.
-No crea usted en lo que ve- alcancé a responderle.
– No se moleste en distraerme, conozco muy bien su estado, es difícil que pueda engañarme. Al parecer puede usted padecer de episodios de locura.
Comencé a sentir un cierto desprecio, su acento y su confianza, me eran familiares. En su mano izquierda relucía un Rolex de oro, lo cual incrementó mi malestar al recordarme el mismo reloj que llevaría mi padre.
-Mi estimado caballero, que buen conocedor es, pero no se preocupe, mi estado aún no se acerca a la demencia. Me gustaría preguntarle, si no es una molestia, dónde ha conseguido usted tan espléndido reloj?-
– Esta baratija, no es gran cosa, me la regaló mi padre cuando terminé mis estudios en psicología.
Aquella declaración estremeció mis huesos, la coincidencia era increíble. . Y desde ese mismo momento sentí un deseo indescriptible de poseerlo.
Con excusa de un dolor de cabeza me despedí del caballero, y sin más objetivos en mi mente llegué a mi cuarto a planear la manera de arrebatarle aquél reloj. Debo ser sigiloso, pensé, debo idear una manera de engañarlo.
Al día siguiente lo busque por el barco, hallándolo cerca de los botes salvavidas. Aquella imagen iluminó mi mente y mi plan tuvo unos leves ajustes de último momento.
-Buen día caballero, espero que haya tenido usted una agradable noche.
– Así fue, y le agradezco. Pero se le ve mal, su rostro demarca unas pronunciadas ojeras.
– No le preste atención. He pensado si quisiera usted acompañarme a navegar lejos de este enorme barco, su lentitud y automatismo han desesperado mi espíritu aventurero.
-Cuál es su propuesta? Me preguntó ingenuo sobre mis verdaderos planes.
– Demos una pequeña excursión en uno de estos botes, total no nos alejaremos mucho.
Luego de pensarlo un rato el extraño aceptó, juntos bajamos lentamente el bote hasta el agua y luego de desatar la soga del crucero, me lancé sobre él. Apreté su cuello entre mis manos, pero era rápido, y fácilmente se liberó de mí. Sin más, arranque el reloj de su muñeca.
Con el Rolex en mis manos, sentí como mi corazón se calmaba. Pero sin darnos cuenta estábamos lejos del crucero y nadie había sido testigo de nuestra partida. Fue entonces cuando mi desesperación comenzó, aquel hombre extraño solo me miraba, sus labios no pronunciaban palabra.
-¿Cómo es posible? Le pregunté
-El mundo es pequeño. Me decía.
Con el paso de los días mi cuerpo comenzó a mostrar las marcas del naufragio, pero él continuaba inmutable, con su mirada y su silencio. No lo soportaba, respiraba de manera apresurada, sabía que él deseaba quitarme el Rolex. Y sin más lo arrojé.
Lo observé mientras se hundía, y en mi rostro se dibujó una sonrisa de satisfacción.
-Ahora ninguno podrá tener el reloj. Le dije mientras aún lo veía hundirse.
Volteé para enseñarle mi cara de triunfo, pero aquel caballero extraño había desaparecido.