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EL KAO - por Carmen Alagarda

EL KAO

_Señor, han traído la valija del correo y la prensa. Le dijo el primer oficial al capitán.
_Si gracias, ahora cuando acabemos la maniobra de fondeo, haga llegar la correspondencia a la tripulación, yo leeré las noticias de tierra.
Y enfrascándose en la carta náutica y derroteros, encontró el mejor tenedero para el descanso de su nave. Cuando los motores pararon, oyó claramente como graznaban las gaviotas al acercarse. Y mirando por los cristales de la cabina, sonrió satisfecho, tranquilo.
El mar los acunaba dulcemente, y bajó a su despacho para leer, mientras llegaba la hora del almuerzo.
En primera plana con un gran titular:
“ROBO EN LA FLORIDA” los ladrones se llevaron una joya de valor incalculable de la casa de la señora Condesa de Miraflor…
Removiéndose en su asiento se inquietó. ¡Vaya que fastidio! Y, pensó en la exposición flotante qué como cada año organizaba la naviera en el buque. Aquella exposición aglutinaba a las personas más ricas del mundo. Dando paso a la subasta de diamantes más exclusiva.
Se levantó desasosegado y fue a comprobar los detalles del evento personalmente. Dentro de unas horas llegarían las gemas y después los invitados. Nada podía fallar. Comprobó la sala de pujas, el comedor donde se ofrecería el ágape a los asistentes, y la sala de baile engalanada, abría sus puertas a la cubierta superior.
De pronto vio con toda sorpresa, como se colaba por la puerta aquel intruso descarado. Era un pájaro negro de plumaje lustroso y brillante tenía motas rojas que parecían lunares, y la comisura de su pico se arqueaba hacía arriba, pareciendo que sonriera. Una camarera se asustó al verlo y lanzando un grito, empezó a agitar los brazos para espantarlo. Siguió husmeando y por fin salió, dejándose caer en picado por la borda, el Capitán corrió hacia ella y no vio nada, sólo el azul celeste del agua calma, atravesada por la gruesa cadena del ancla que salía del escobén en la amura de proa.
Después del almuerzo, salió del comedor. Y se dirigía a la cabina de mando, cuando oyó unas voces procedentes del pasillo, se acercó.
-¿Qué ocurre aquí?
-Señor, faltan dos llaveros de oro de la metopa que hay en el anaquel de la cabina de mando.
_¿Cómo, ladrones a bordo? ¡Lo que nos faltaba! Quiero que se registre cada rincón de este barco y por supuesto que aparezcan, hasta ese momento nadie bajará a tierra. Dio media vuelta y se marchó. Por las cristaleras del corredor, lo volvió a ver… volaba, tranquilo, elegante. Escudriñando a su antojo, subiendo, bajando, parecía que siempre hubiese estado con ellos.
Entró en su camarote, justo debajo del puente de mando y fue a cerrar el ojo de buey, cuando sintió un estremecimiento… aquel insolente parecía que le seguía, mirándolo con su sonrisa impresa, emprendió su vuelo de nuevo. Al sentarse en su despacho para redactar el libro de a bordo, se dio cuenta que su pluma preferida había desaparecido también…
La tensión de la situación, se estaba apoderando de sus calmados nervios. Y, enfundándose en su traje de gala, salió de la estancia, resuelto a solucionar aquel entuerto. Comunicó a su primer oficial, su perdida.
Estaba cayendo la tarde sobre el navío, cuando llegó la empresa responsable de la custodia de las joyas. Portando la caja fuerte con las piedras preciosas.
Empezaron a llegar los invitados, y comenzó la puja. Parecía que todo discurría con normalidad hasta que, el comisionado, jefe del acto, alarmó de la desaparición de un anillo. Una pieza exclusiva. El revuelo fue inmediato, todos los asistentes parecían culpables, se miraban unos a otros sin saber qué hacer. Al llegar la policía naval, interrogó a todos los asistentes al acto y, continuó todo con cierta calma. Los invitados se fueron marchando del buque, dejando tras ellos un misterio sin resolver.
Por la mañana, estando limpiando la cubierta, un marinero se acercó al castillo de proa y, levantó la trampilla que dejaba acceso al cubil. Cuando de pronto, vio algo relucir al fondo…, Salió de allí con la máxima rapidez que pudo, ¡Capitán, Capitán! Gritaba.
_¿Qué pasa? ¿Qué son esos gritos?. El hombre atropelladamente, no atinaba a decir lo que acababa de ver. Los llevó a él y al primer oficial a la madriguera del polizón…
Allí encontraron todos los bienes desaparecidos, uno por uno, hasta el de la Condesa.
Y, el Kao salió volando.
Y sin poder evitar una estruendosa risa, vieron como el misterio de los robos había desaparecido.