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Vamos a Regla - por Paula Dama

El equipo de producción estaba listo. Silvia, la reportera, Manu el camarógrafo y Reiner el sonidista/ porta micrófono /técnico de iluminación/todo lo que haga falta. Listos para hacer un reportaje sobre la suciedad que se apoderaba de la bahía de la Habana. El olor nauseabundo del petróleo, la mezcla de madera podrida y restos animales que cubrían el litoral era escandaloso. El Malecón habanero, que en sus tiempos fuera punto de encuentro para parejas de enamorados, cuya briza marina refrescaba hasta el más colosal de los calores tropicales; ahora era un verdadero desparpajo. Manu ya había encendido su cámara mientras Silvia trataba de convencer al encargado de sanidad de la bahía de que permitiera guardar su testimonio en digital, mientras daban un “paseo” en la ya desgastada “lanchita de Regla”. La “lanchita” era un testimonio vivo de las vicisitudes de la propia bahía, la misma unía el recorrido desde la Habana hasta el pueblo de Casablanca y luego el de Regla.
Ya habían logrado estabilizar la cámara para filmar en el mar, Manu le daba indicaciones a Silvia para que entrara al ángulo de visión y Reiner sujetaba el micrófono por encima de la cabeza de la reportera. Habían comenzado con una introducción de la historia de la bahía cuando una vendedora de maní tostado se interpuso entre la cámara y Silvia. Ante su inquebrantable insistencia Manu decidió comprarle dos “cucuruchos” de maní. Dejó la cámara en el suelo mientras hurgaba en su billetera en busca de 4 monedas. –Mientras Silvia le dedicaba una de sus miradas asesinas a la manisera, alguien en la parte delantera de la embarcación sorprendió a todos con un grito
-¡Al piso carajo o de aquí no salen vivos!- Un joven de unos 25 años empuñaba una Makarov mientras apuntaba a los pasajeros. Mientras todos iban recostándose en el suelo quedaron cinco hombres y dos mujeres de pie. Los hombres sujetaban cuchillos mientras que las mujeres se miraban entre sí inseguras de lo que estaban haciendo. Nuevamente se escuchó al joven gritar
-¡De aquí nos vamo´ pa´ Miami!, al que no le guste se puede ir nadando hasta la costa.- Desde la cabina se escuchó la voz del capitán replicando- Muchacho escúchame bien, con este petróleo no llegamos ni a la salida de la bahía, olvídate de eso.
– Si tengo que remar hasta allá lo voy a hacer así que mejor que te calles y dale pa´ lante.
Entre los presentes comenzó a propagarse un estado de ansiedad mezclado con esperanza, algunos que de la loca travesía llegara a su fin, otros expectantes de ver cómo culminaría. Silvia pensaba en su carrera de periodismo fuera de la Isla, por un minuto se dio el lujo de verse sosteniendo un micrófono de última generación con el logo de CNN.
Sus sueños inalcanzables se esfumaron cuando se comenzó a escuchar la sirena de unos 3 botes guardacostas que se aproximaban a toda velocidad. El nerviosismo se apoderó tanto de secuestradores como de secuestrados.
-Mi´jito, olvídate de eso- dijo una señora fijando su mirada en el chico de la pistola- esta gente no cree en nadie.
¡Oye Nene!- se escuchó que gritaba una de las mujeres acompañantes- este niño tiene una cámara, nos vamo´a embarcar yo te lo dije-. Sin pensarlo dos veces el joven soltó el arma y se lanzó sobre la cámara de Manu, la llevó hasta la borda donde la arrojó con buen esfuerzo, detrás de la cámara fue su dueño, pero ya era tarde, el pesado artefacto sucumbió a la gravedad casi arrastrando a Manu con ella.
El chico regresó por la supuesta arma, que había resultado ser de plástico y se abrió en dos pedazos al caer sobre el suelo metálico de la embarcación.
Manu estuvo por tres días en el hospital debido a una intoxicación a causa de la inmundicia en la que había nadado.
– Olvídate de eso hermano, lo consoló Reiner, para la próxima filmamos algo sobre los perritos callejeros o una cosa más tranquila.
En el fondo del mar yace la cámara que pudiera probar todo lo que pasó, pero nunca lo hará, ahora es un elemento más en la masa inmunda que es la bahía habanera.