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Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

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Dos historias, una vida. - por Miavri

Era agosto, corría escaleras abajo en dirección al puerto. Las campanas de Santa Eulalia anunciaban que algo grave había sucedido en el mar. Recuerdo que hacía mucho calor y humedad, una sensación de desasosiego me invadió. Nunca me ha gustado el calor. Aquellas callejuelas laberínticas y esa sensación de ahogo me hicieron recordar mi pasado, mi otro yo, por un momento intenté zafarme de ese recuerdo, pero un instante después me recreé en mi victoria.
La vida me había tratado mal como Miguel, pero ahora me sonreía y colmaba de felicidad como Pedro.
Una escena me vino a la cabeza, creo que hacía trece años de aquello. Me veo saliendo de un pequeño teatro, allí se había convocado un mitin para dar a conocer la historia de aquellos italianos, Sacco y Vanzatti. Una vez más me sorprende mi memoria. Había entrado huyendo de la pesadumbre que me acechaba, me estaban buscando desde hacía algún tiempo y me habían localizado en Gijón, ciudad donde ahora residía. Mi crimen era haber sido testigo de algo brutal. Necesitaba esconderme entre la gente hasta que llegara el alba y poder embarcarme como cada mañana.
Era la hora, cada mañana doce almas embarcábamos rumbo a la costa occidental en busca de un buen caladero de bonito. Este año la costera estaba siendo buena, había bonitos para todos.
"La Carmen" tenía tan solo doce metros de eslora, por lo que la convivencia durante las horas de pesca era muy cercana, nuestra sincronización en el trabajo tenía que ser total. habían pasado unas dos horas desde que zarpáramos, cuando localicé el puerto de Viávelez en la lejanía de la costa, era el lugar. Iniciamos las labores de pesca con mucha algarabía, por lo que tardé en reaccionar cuando a mi lado se alzó la voz de hombre al agua, no pudimos hacer nada para retenerlo cerca de la embarcación, un repentino golpe de mar lo hizo desaparecer. Era Pedro, un hombre de mi edad y complexión, callado y trabajador. Fue entonces cuando mi cabeza empezó a vislumbrar la salida a mi angustia.
Pedro vivía con su madre anciana, en una aldea cercana a la ciudad, iría a visitarla para darle consuelo y robaría sus documentos de identidad. Podría empezar una nueva vida siendo Pedro.
Ahora vivía en Luarca la vida que Pedro no había podido vivir. Pedro era yo, Miguel había muerto en el mar. Una breve esquela en "El Noroeste" lo atestiguaba. Era junio de 1927.